El concepto «desarrollo» carga con una significación positiva. Claro, nos conduce a un imaginario de progreso, de crecimiento, en fin, de futuro. Aunque en materia de urbanismo hay casos en los que ese desarrollo entra en tensión con lo estético y sensorial, con la arquitectura independiente del paso del tiempo que adorna de manera real y simbólica a una ciudad. Entre esos ejemplos está la obra privada que se levanta en la esquina de Guardia Nacional y Belgrano, demoliendo una de las construcciones más pintorescas de San Nicolás.
Cuentan que en el lugar se levantará un edificio moderno, lo cual no es un hecho criticable. Porque un propietario tiene absoluto derecho de disponer del terreno para edificar lo que desee.
La reflexión apunta hacia otro lado. Hacia cómo el desarrollo puede impactar negativamente frente a la belleza arquitectónica. Como le puede quitar romanticismo a un lugar, entendiendo lo romántico como una añoranza del pasado que ya no volverá. La industria turística global ha creado la categoría «pueblos mágicos», en la cual coloca a aquellas ciudades cuyo encanto arquitectónico, entre otras cosas, invita a un viaje en el tiempo. Con la obra que se levanta frente a plaza Mitre, San Nicolás pierde algo de eso que hace mágico a los pueblos.
