Todos los años, el 7 de diciembre, los habitantes de Jarandilla de la Vera, localidad extremeña a unos 200 kilómetros al oeste de Madrid, prenden fuego a manojos de ramas y se golpean juguetonamente en las piernas en una fiesta conocida como Los Escobazos.
Las procesiones de personas empuñando escobas en llamas pueden parecer sacadas de cuentos de magia, pero las que iluminan cada año a un pueblo español son de verdad y no hay brujería de por medio, solo diversión.
Todos los años, el 7 de diciembre, los habitantes de Jarandilla de la Vera, localidad extremeña a unos 200 kilómetros al oeste de Madrid, prenden fuego a manojos de ramas y se golpean juguetonamente en las piernas en una fiesta conocida como Los Escobazos.
“Esta fiesta representa para nosotros lo más ilustre, lo mejorcito. Sueltas toda la adrenalina del cuerpo, todo ese pesar que tienes en tu cuerpo durante el año y que no sabes ponerlo ante nadie, lo desahogas aquí con el fuego”, expresó a la agencia de noticias Reuters el sábado Vicente Berrocosa, un vecino de la localidad.
La fiesta del fuego se celebra la víspera de la fiesta católica de la Inmaculada Concepción. Se cree que su origen se remonta a los pastores que venían de las colinas utilizando escobas ardientes para iluminar su camino.
“Jugamos con el fuego como si jugásemos con agua. Para nosotros, el fuego es un símbolo de pureza”, dice otro vecino, Jesús Ferino.
“Ves que no pasa nada, que nos damos unos con otros y no nos hacemos daño, ni nos quemamos. Es una auténtica maravilla”, agregó.
¿Qué es la fiesta de “Los Escobazos”?
Esta celebración tiene lugar la noche del 7 de diciembre y la madrugada del 8. Cada jarandillano quema cuatro o cinco escobas, las cuales ponen a secarse días antes antes de la fiesta.
Una vez prendidas fuego, los vecinos comienzan a golpearse unos con otros en la espalda y en las piernas, pero nunca en la cabeza o con los tizones, como indican las normas festivas.
Sobre sus orígenes existen diversas leyendas, entre ellas la que apunta a que los pastores de la zona intercambiaban escobazos como muestra de alegría y saludo, tras largas temporadas de duro trabajo en la Sierra de Tormantos sin ir al pueblo y sin verse.