Xiomara Castro en Honduras es uno de los últimos ejemplos, pasando a formar parte del reducido grupo de países -el 9% de 196 relevados- con una mujer liderando un Estado.
De la Redacción de EL NORTE
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De 196 territorios –los 193 Estados miembros de la ONU, además de Kosovo, Palestina y Taiwán–, solo 17 tienen a mujeres como líderes máximas de Gobierno. Es decir, el 9% de los gobiernos del mundo está en manos de mujeres. Los datos provienen de un relevamiento e informe de elDiario.es a comienzos de 2022.
En el listado figuran nueve europeas: Ana Brnabić en Serbia, Ingrida Šimonytė en Lituania, Kaja Kallas en Estonia, Katrín Jakobsdóttir en Islandia, Magdalena Andersson en Suecia, Mette Frederiksen en Dinamarca, Natalia Gavrilița en Moldavia y Sanna Marin en Finlandia. Hay también cuatro mujeres africanas: Najla Bouden Romdhane en Túnez, Robinah Nabbanja en Uganda, Rose Christiane Raponda en Gabón y Victoire Tomegah-Dogbé en Togo.
A la lista se suman dos mujeres en América: Mia Mottley en Barbados y Xiomara Castro en Honduras; dos en Oceanía: Jacinda Ardern en Nueza Zelanda y Naomi Mata’afa en Samoa, y una en Asia: Sheikh Hasina, en Bangladesh.
Otras 11 mujeres más en el mundo ostentan el cargo de jefa de Estado, que son puestos de carácter más representativo que ejecutivo y, por tanto, sus funciones son principalmente ceremoniales y diplomáticas. Esta cifra no incluye a la reina Margarita II de Dinamarca.
El informe del diario español –por el momento de su edición- no incluyó a Giorgia Meloni, que se encuentra pronta a ser la Primera Ministra de la historia italiana.
El poder como prerrogativa masculina
Xiomara Castro se convirtió en la única mujer que actualmente preside un Gobierno en todo el continente americano, con excepción de la pequeña isla caribeña de Barbados, donde Mia Mottley ha sido reelegida en las elecciones del pasado 19 de enero como primera ministra. En el caso de Trinidad y Tobago, Paula Mae Weekes es la jefa de Estado y carece de poder ejecutivo. En el resto de continentes, el número de mujeres en el poder también es comparativamente bajo.
“El hecho de que una mujer o varias mujeres alcancen las máximas posiciones de liderazgo no garantiza que se vayan a modificar las estadísticas del mapa mundial actual de las mujeres en la política, ni el avance de las agendas de género o feministas, pero sí tiene un gran valor simbólico y es algo para celebrar”
Virginia García Beaudoux, investigadora y profesora de la Universidad de Buenos Aires.
“El hecho de que una mujer o varias mujeres alcancen las máximas posiciones de liderazgo no garantiza que se vayan a modificar las estadísticas del mapa mundial actual de las mujeres en la política, ni el avance de las agendas de género o feministas, pero sí tiene un gran valor simbólico y es algo para celebrar”, evaluó Virginia García Beaudoux, investigadora y profesora de la Universidad de Buenos Aires.
Históricamente, el poder ha sido una prerrogativa masculina. Las mujeres, relegadas al espacio de lo doméstico-privado, han tenido que luchar primero por su derecho al voto y después por las cuotas de género y la paridad en los espacios de toma de decisiones. A pesar de que en la actualidad existen marcos normativos avanzados que amparan los derechos de las mujeres, aún sigue habiendo barreras legislativas y prácticas.
Estereotipos
Uno de los principales obstáculos, según las expertas de la Red de Politólogas #NoSinMujeres, son los estereotipos de género, pues el prejuicio hacia las mujeres lideresas se produce sobre todo en contextos altamente masculinizados como la política. “En ellos, se suscita una incongruencia entre los roles sociales esperados para el género femenino y el rol esperado de un líder”, expresó García Beaudoux.
“La falta de correspondencia entre las características que culturalmente se asocian con el liderazgo –competitividad, racionalidad, asertividad y fortaleza–, y los rasgos que estereotípicamente se consideran femeninos –emocionalidad, sumisión y debilidad–, alimenta percepciones erróneas y la falsa creencia de que una mujer no es capaz de desempeñar el liderazgo tan bien como un hombre”, dijo la investigadora de nuestro país. Por otra parte, “la política es poder” y ese poder ha estado históricamente en manos de hombres “y es difícil que se sientan felices de cederlo o compartirlo”, añade.
Partidos políticos e instituciones
Otro de los grandes obstáculos tiene que ver con la estructura de las propias formaciones políticas. “No se trata de un problema de oferta ni de demanda. El principal problema son los partidos políticos. Es muy difícil que se nombren mujeres (para ser candidatas), y si las hay, es porque hubo una legislación que obligó a los partidos a promover y nombrar mujeres elegibles y a darles los aportes necesarios para hacer sus campañas”, marcó Julieta Suárez-Cao, profesora de Ciencia Política en la Universidad Católica de Chile.
Las tareas domésticas y de cuidado, un trabajo no remunerado que recae principalmente sobre las mujeres, también dificultan su acceso a puestos políticos, sobre todo a los de liderazgo. Además, a medida que las mujeres han aumentado su participación en la política también se ha incrementado la violencia contra ellas. “Las mujeres sufren más ataques físicos, amenazas, acoso en redes sociales y en los propios parlamentos, y eso también es un obstáculo. Estas instituciones son hostiles a las mujeres y hay que cambiarlas”, notó Suárez-Cao.
A pesar de que las leyes de paridad son herramientas necesarias en el impulso de estos cambios, son insuficientes, pues deben ir acompañadas de cambios culturales.