Novelista, cuentista, poeta, traductora, docente y ensayista, su obra se popularizó en 2007 al recibir, a sus 85 años, el Premio Nueva Novela por Las Primas, otorgado por el diario Página/12. El Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires continúa con la tarea de reponer las voces y la obra de tantas mujeres que, como Aurora, han sido excluidas y silenciadas durante años.
De la Redacción de EL NORTE
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Aurora Venturini nació en La Plata, provincia de Buenos Aires, el 20 de diciembre de 1921 y falleció en Buenos Aires el 24 de noviembre de 2015.
Novelista, cuentista, poeta, traductora, docente y ensayista, su obra se popularizó en 2007 al recibir, a sus 85 años, el Premio Nueva Novela por Las Primas, otorgado por el diario Página/12.
Las primas, elogiada por crítica y lectores, fue publicada en España por Caballo de Troya, recibió el Premio Otras voces, Otros ámbitos (2009) y ha sido traducida al italiano y al francés.
Estudió Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata. Por su trabajo en Instituto de Psicología y Reeducación del Menor conoció a Eva Perón con quien forjó una entrañable amistad. En más de una ocasión Aurora homenajeó con su arte a esa amiga a quien llamó la “dama de la esperanza”.
Creció en días de la década infame y fue, según ella lo expresó, parte de la transformación social que significó la aparición del movimiento justicialista en la política. En 1955, tras el golpe de Estado que derrocó el segundo gobierno democrático de Juan Domingo Perón, como tantas otras y otros peronistas perseguidos, Aurora tuvo que exiliarse en Francia.
Venturini tenía 26 años cuando Jorge Luis Borges le hizo entrega del premio Iniciación por su poemario “El Solitario” (1947), y pasó toda su vida escribiendo. Sin embargo, fue recién a sus 85 años que obtuvo el reconocimiento como escritora por parte de sus compatriotas.
“No puede soslayarse la idea de que esa inscripción fue responsable de las operaciones para impedir su más temprana consagración intelectual”, dice la historiadora feminista Dora Barrancos en alusión al hecho de que Aurora fuera peronista.
El Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires continúa con la tarea de reponer las voces y la obra de tantas mujeres que, como Aurora, han sido excluidas y silenciadas durante años.
“Las amigas”, novela de Aurora Venturini
“Si la segunda parte de El Quijote fue escrita para evitar que el personaje sobreviviera en aventuras apócrifas, ella escribe la vuelta de Yuna Riglos, no por temor a que le arrebaten la autoría de su criatura, sino para que no le capitalicen la vejez como un espacio monstruoso, caprichoso, antirromántico”, apunta Liliana Viola a modo de prólogo en Las amigas, novela en la que Aurora Venturini trabajó durante años luego de la repercusión que generó Las primas en 2007 cuando le fue otorgado el Premio Nueva Novela de Página/12.
“La joven que en Las primas lograba superar su minusvalía cayendo en las redes de la meritocracía”, agrega Liliana Viola, “en Las amigas es una mujer de casi 80 años instalada en el éxito que no lo es todo y en una soledad ininterrumpida por una serie de desencuentros que insiste en calificar como amistad. En ambas, la sexualidad es una prisión ajena. Y el deseo es un problema de las otras”.
Leída como continuidad de Las primas, lo que se impone es una sensación de íntima profundidad y acuerdos tácitos, guiños que las lectoras y lectores reciben con la naturalidad de quien ya conoce el universo Venturini, vale decir su sentido de la ironía y el humor en una prosa realista que por momentos asume la forma cóncava de un espejo que, a lo Valle Inclán, reflejará más que un absurdo, lo esperpéntico de las personas. También los silencios, aquello que no está dicho porque es parte constitutiva de un personaje memorable como es Yuna Riglos y, tal vez por eso, Las amigas no es una novela cerrada en sí misma sino una puesta en diálogo donde las referencias son directas y están desde un principio no ya para resignificar nada sino más bien para completar un ciclo vital: la escritura.
“Con los años he vuelto a la edad primera de los primeros dibujos a carbonilla porque se me ha caído no sé dónde ni por qué desgracia que bien pudiera ser gracia. Repito. Se me han caído casi todos los puntos y las comas y los dos puntos y los suspensivos y la mar en coche se ha caído y a veces me parece que me ahogaré con tantos signos abullonados en el interior de mi cabeza de la cual suelo expulsar algunos suspensivos y… me tienen paciencia queridos lectores que ya han descubierto mi identidad y aunque ya no me hace falta el diccionario pues el vocabulario va bien expuesto impreso en mi memoria igual me presento: apunté dos puntos y soy Yuna Riglos y les ruego que si recuerdan mi natural apellido bah…”, dice la narradora para dar inicio al monólogo que irá hilvanando las diferentes tramas que conforman Las amigas, siempre desde la subjetividad de Yuna, una mujer casi octogenaria que instala su memoria en una especie de presente continuo como en la niñez. La vejez-niñez. O, mejor dicho: un viaje a la semilla espiritual, en el sentido que los griegos le daban al último término.