El Marcelina de Ciriza navegó en 1991 sin tripulación a lo largo de 15 kilómetros. Cuenta la leyenda que sólo un perro y fantasmas estaban a bordo
Cuentan que el ladrido de un perro se escuchó en medio de una de las tormentas más grande que se recuerde en Mar del Plata en los últimos 50 años. Cuentan que desde la costa, y en la profundidad de la noche oscura, se distinguían siluetas humanas sobre la cubierta del barco.
El barco, allá a lo lejos y en medio de olas de 9 metros de alto, tenía luces. Muchas historias se cuentan sobre el Marcelina de Ciriza, el “barco fantasma” que navegó ¿solo? unos 15 kilómetros por las costas marplatenses y terminó hundido a la altura de Constitución y Félix U. Camet.
La historia de este buque había nacido en el barrio de Burceña de Baracaldo, al este con el río Cadagua en Bilbao, en el País Vasco español. Allí, en el astillero que hoy está en ruinas, se construyó hacia fines de la década del 50 el Marcelina de Ciriza, un pesquero de gran porte, que conoció mares del mundo para terminar en nuestro país. Tenía 90,65 metros de eslora y hasta ese entonces era el mayor buque pesquero construido en España. Debió su nombre a la madre del dueño del Astillero del Cadagua.
Hasta 1977 navegó por Europa, y a partir de allí siguió sus periplos en aguas argentinas. Sin embargo, en estas latitudes el gigante del mar no corrió con la misma suerte que lo venía caracterizando.
El fuego en 1980 destruyó gran parte del casco y la empresa que lo había adquirido estaba en proceso de quiebra y sin dinero para invertir en él. Hacia mediados de 1991 llevaba 11 años amarrado en el puerto de Mar del Plata, siendo parte de las postales que muchos turistas buscan al llegar a “La Feliz”.
El 20 de junio de 1991 una tormenta azotó a la ciudad y las amarras del buque, que supo tener unos 40 tripulantes a bordo, no resistieron. Don Manuel, el sereno que velaba por ese y otros barcos, escuchó un estruendo y vio cómo el Marcelina de Ciriza se alejaba. Uno de sus perros, “el Tuque”, se dice, alcanzó a subir al barco que pese a rozar algunas rocas logró evadir las escolleras.
Desafió por 15 kilómetros las aguas salvajes del Cabo Corrientes, entre olas de nueve metros. Parecía algo imposible pensar que ese recorrido lo pudiera hacer sin tripulación. Es por eso que al día siguiente nació el mito del “barco fantasma”: no es que navegó en soledad, sino guiado por los fantasmas que viven en las embarcaciones y dan órdenes a marineros y pescadores.
Lo cierto es que el Marcelina de Ciriza quedó encallado a menos de 100 metros de la costa, a la altura de la avenida Constitución. Durante un tiempo la embarcación pasó a ser un atractivo turístico más y hasta se especuló con “sacarlo” del mar para hacer algo, como una posible confitería. Pero era mucho dinero para un negocio incierto, ya que además estaba envuelto en conflictos judiciales.
En los últimos años, la embarcación pasó a ser un amasijo de hierros oxidados que ocasionalmente se asoma entre las olas. De hecho, lo que alguna vez fue un atractivo para los turistas, hoy es una complicación ya que allí funcionan playas populares y por eso se ha reclamado la señalización de sus restos para evitar accidentes y tragedias.
A casi 30 años de su último viaje, el Marcelina de Ciriza sigue generando historias y mitos urbanos. Testigos que llegaron al día siguiente del accidente a la costa, aseguran que escucharon a lo lejos los ladridos de un perro entre el casco semihundido. Imposible de comprobar. Solo “el Tuque” sabe la verdad.