Los crímenes por ambición o por celos atravesaron a la humanidad desde el inicio de los tiempos, no tienen época, nivel cultural, ni lugares específicos. Los casos de Grottini, Goiburú y Forcignanó de la crónica escrita policial de estos pagos son diferentes, pero quizá no lo sean tanto.
De la redacción de EL NORTE
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Los casos criminales a lo largo del tiempo han ejercido fascinación en la sociedad, quizá por cierta tendencia a la morbosidad de la raza humana, quizá porque contradicen las reglas naturales de conservación de la especie, pero lo que más conmueve seguramente son aquellos crímenes llevados a cabo por personas de las que nunca se hubiera sospechado que serían capaces de cometerlos. Baste como ejemplo la conmoción del triple homicidio presuntamente cometido por Damián Grottini, un hombre de 42 años, empleado de una empresa funeraria, católico practicante miembro de un grupo religioso y sin ningún antecedente que permitiera predecir la comisión de los atroces hechos de los que se lo acusa, la muerte de su hermano, de su hija y de su madre.
Pero en la historia criminal de nuestra ciudad no es este el único caso que ha sacudido al país, pués muchos fueron los crímenes que escribieron su crónica a nivel local, nacional e incluso internacional, dos de ellos quedaron retratados en la antología lugareña por sus particularidades: el primero de ellos fue el crimen cometido por un intendente motivado en su ambición por el dinero y el otro el de un reconocido pintor italiano contra su esposa nicoleña llevado a cabo por celos en París.
El crimen del intendente
Se dice que en la historia de la criminalidad no hay antecedentes de casos parecidos al del asesinato de la viuda Josefa Gorrochategui de Aguirre ocurrido en el año 1897 que tenía como macabro protagonista a José Antonio Goiburú “El Intendente asesino” que tan bien retrató el historiador Ricardo Darío Primo. Por tratarse de una figura pública el caso conmocionó al país. Se cuenta que el expediente acumuló más de mil quinientas fojas y que las personas más “respetables” se habían visto implicadas en este escándalo que habría dejado al descubierto vínculos económicos y sociales con el protagonista. Se dice también que Goiburú era Masón que vivía en la calle Lavalle y que detentaba el cargo de Intendente de la ciudad de San Nicolás de los Arroyos cuando asesinó a la viuda Josefa Gorrochategui, que vivía en las calles de Rosario y Comercio (hoy Olleros y Mitre) a la que le administraba los bienes. Relatan que luego ocultó el cuerpo en el fondo de su casa y las crónicas del momento dicen también que el crimen se descubrió porque un hijo de Josefa que se hallaba pupilo en el Colegio Don Bosco, tenía visiones donde percibía el cuerpo de su madre en un pozo de una casona de calle Lavalle. También surgió la sospecha de que habría matado, envenenándolos, a otros miembros de la familia, también por dinero, en casos que no fueron resueltos.
Luego de que se lo apresara y declarara culpable del crimen de la viuda, fue trasladado a la cárcel de Sierra Chica donde habría actuado como “Buchón” según las pruebas que constan en una libreta, escrita de su puño y letra que se encuentra en el Museo Municipal, donde Goiburú anotaba la ubicación y el comportamiento de los otros presos.
Durante su gestión como intendente, posiblemente por sus vínculos con la masonería y el conflicto que ésta mantenía con la iglesia, desalojó a los salesianos de los terrenos que después ocupó el cuartel.
Los diarios de todo el país se ocuparon largamente del tema.
Periodista en París
Este crimen por celos sucedió en París en el año 1914. Rosa Fernández Simonín era nicoleña y corresponsal del diario “La Prensa” de Buenos Aires. Su marido, el asesino, era el pintor italiano José Forcignanó. La historia fue novelada por el historiador, Santiago Chervo en su obra “La rosa despojada”. El artista había llegado desde Italia en el año 1902 para afincarse en San Nicolás y aquí conoció a Rosa que era escritora, docente, una mujer muy inteligente, vanguardista para su época y que amaba profundamente el arte. El entonces reconocido artista se enamoró de ella y pronto se casaron. En 1913 Rosa ganó un concurso literario organizado por el diario “La Prensa” que la contrató para trabajar como corresponsal en Francia, una vez que la pareja se afincó en París. Quienes lo conocían afirmaron que ya por ese tiempo José Forcignanó había cambiado su carácter y comentaban que una neurastenia había agravado su temperamento.
El 17 de febrero de 1914 los periódicos publicaron el crimen. La crónica daba cuenta de que motivado por celos, el artista le había efectuado dos disparos de escopeta a su esposa en una vivienda ubicada en un barrio céntrico de la “Ciudad Luz”. Así moría la nicoleña Rosa Fernández Simonín a los 39 años a manos de su marido, el delicado pintor José Forcignanó. La crónica policial cuenta que los disparos le habían ocasionado a Rosa graves heridas, le habían destrozado el brazo derecho, la cadera, la mandíbula y despedazado parte del rostro, los dientes, la lengua y un ojo fueron arrancados totalmente” según lo graficaban los periódicos franceses. Tanto en el caso Grottini, como en los crímenes de Goiburú y de Forcignanó los diarios de todo el país se ocuparon largamente del tema. Tres hombres con conductas seguramente distintas, diferentes, pero que tienen en común un tipo de personalidad de las que nadie llegaría a sospechar, un intendente de una ciudad del interior, un reconocido pintor italiano y un ferviente católico oriundo de un pequeño pueblo de la provincia.