Reinventarse en el arte de vivir no es algo sencillo, sobre todo cuando esto llega de la mano de condicionamientos en la salud y de manera repentina, sin aviso. Al artista plástico Gustavo Martinelli el destino lo puso ante un desierto y él fabricó su oasis. Por las dificultades en su motricidad, debió mutar el estilo de arte que convencionalmente realizaba: “Me tocó a mí y estoy feliz porque es una nueva experiencia. No es en vano todo lo que le pongo para progresar y seguir pintando. Pintar es mi vida”, cuenta con la satisfacción de lo logrado a EL NORTE.
Carolina Mitriani
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El poeta austríaco Rilke define que “una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad”. Y fue una necesidad de transformación lo que llevó a Gustavo Martinelli a multiplicar su arte. El primer muralista de San Nicolás recibió pronósticos desalentadores y llenos de incertidumbres en su salud hace poco más de dos años. “Hasta en el Fleni –institución médica de prestigio internacional, especializada en patologías neurológicas– creyeron que no iba a caminar. Y estoy caminando. No soy muy creyente pero alguien me iluminó, no sé quién, pero lo hizo”, relata, en diálogo con EL NORTE.
Nació el 18 de septiembre de 1969 y dedica su vida al arte desde tempana edad: “Tengo 52 años y hace 45 que pinto”, cuenta Gustavo. Es graduado en Bellas Artes, con formación en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Sus creaciones están distribuidas y reconocidas a nivel internacional y nacional, por ejemplo, con muestras presentadas en el Museo Castagnino, Centro Cultural Recoleta y Borges, entre otros.
Mirada pincelada
“Mi urólogo, mi cardiólogo y mi kinesiólogo creyeron que no iba a caminar. Ahora estoy caminando, con mis limitaciones, pero estoy caminando”, refleja. Y ese caminar no es solo físico sino que también reafirma los pasos en el devenir cotidiano: “¿Sabés de qué se trata la vida? De mirarla linda, de quererla, de estar acompañado de la gente que te ama, de leer los libros que querés, de ver la obra que querés, de llenarte las manos de color, de que a tu oreja la acaricie un buen bandoneón, un buen violín, una buena ópera… De que cuando mires al cielo aunque esté gris lo veas azul”, reflexiona. Su experiencia lo lleva a revalorar cada pequeño detalle porque cree “que de eso se trata la vida. Fue lo que me pasó. No necesito nada, solo escuchar a mi corazón y tratar de entregarle pedacitos de corazón a cada una de las personas que se me acercan”.
Reinventarse
Si bien sigue en intensa actividad, la realidad de su salud lo llevó a una nueva instancia. “No pinto como antes por mi discapacidad, por la motricidad fina. Pero recorto, pego, hago collage. También intervengo en algunas obras con aerosol y estuve pintando en bares”, cuenta Martinelli sobre su expresión. “Estoy reinventándome. Hay cosas que hoy no puedo hacer y el día de mañana creo volveré a hacerlas”, relata.
Gustavo admite que jamás se le hubiera ocurrido crear en este estilo antes de afrontar estas dificultades. “Pero muchos artistas que a lo largo de la historia han quedado disminuidos en su capacidad motriz se han reinventado. Me tocó a mí y estoy feliz porque es una nueva experiencia y creo que la puedo llegar a desarrollar mucho más a través de los trabajos que voy realizando”, observa, con una mirada de la vida que ya destila arte en su propia resiliencia.
El amor por su oficio da cuenta de una capacidad inigualable de superación: “Estoy muy feliz y conforme con lo que estoy realizando. Además, con toda humildad, la gente me dice que los trabajos están buenos y eso me hace bien. Porque no es en vano todo lo que le pongo para progresar y seguir pintando, que es mi vida. Pintar es mi vida”.
Corazón
Sus obras no están solamente plasmadas en las clásicas estructuras, sino que trascendieron las fronteras de su taller de barrio Yaguarón –hoy, por su situación de salud, en la vivienda familiar– y dieron color a San Nicolás. El viaducto que canaliza el tránsito desde el año 2016, en el paso bajo nivel de calle Nación, tiene en el interior su arte. Tanto allí como en la pintura ubicada en el Parque San Martín, se destacan con intensidad los colores, que son plasmados a través de figuras de la vida, los árboles, el río, el cielo y los animales autóctonos.
Ese trabajo tuvo una especial compañía. “Cuando pinté el mural de 110 metros en el viaducto tenía un poco de miedo. Porque enfrentarse a semejante pared era hasta violento. Pero lo encaré y en mi mameluco de pintura, atrás, lo pinté a Favaloro para que me apoye y me dé fuerzas. Y me las dio”, cuenta emocionado Gustavo. “Favaloro es el personaje más referente para mí en mi vida, más que Picasso o cualquier pintor. Lo admiro mucho”, refleja. El trabajo del doctor –sobre todo por la creación del bypass y su lamentable suicidio a causa de las deudas contraídas en la fundación– lo sensibilizan mucho, incluso desde antes de conocer la importancia que estas acciones de “gente que se dedica a cuidar más que a curar a la gente” tienen hoy en su evolución.
FusionArte
El pasado mes de noviembre el espectáculo “Generación X” fusionó el arte de Martinelli con la música de Los Mirss, en el Teatro Municipal Rafael de Aguiar repleto de gente y emociones. Contó con una exposición de sus obras, a modo de galería, un show musical y la expresión de Gustavo en el escenario, algo sin precedentes. Los aplausos y las lágrimas estuvieron presentes de principio a fin.
“Le comentaba a los chicos de la banda que estoy muy agradecido porque a través de la movida me empezaron a convocar para que venda obras”, cuenta Martinelli sobre el impacto de su presentación, que fue pensada con el propósito de contribuir con su recuperación.
“Nunca me pasó esto. Estuve dos días sin dormir, con mariposas en el estómago. Las sensaciones fueron increíbles, interminables. Estoy muy feliz y totalmente agradecido”, comparte, emocionado. Pese a la gran trayectoria que posee, Gustavo Martinelli no se posiciona en el pedestal: «Me pasó algo único en el show: me sentí protagonista de una historia que no me pertenecía. Los músicos me decían después “loco, era para vos”».