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martes, octubre 22, 2024
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El asesinato del cura Marcelo Pérez en Chiapas deja una estela de miedo y sed de justicia

La presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, prometió que no habrá impunidad.

El asesinato del párroco Marcelo Pérez Pérez dejó una mezcla de dolor, indignación y miedo en Chiapas, ya que evidenció la creciente e imparable violencia que padece este estado del sureste mexicano, territorio en disputa de organizaciones criminales.

La familia del sacerdote de origen tzotzil, uno de los principales pueblos indígenas chiapanecos, encabezó la multitudinaria misa en la que fueron despedidos sus restos y en la que se le rindió homenaje por las causas sociales que defendió durante décadas y que lo convirtieron en un referente querido y admirado por la población.

Su padre, Miguel Pérez Sántiz; su madre, Antonia Pérez y sus ocho hermanos encabezaron el cortejo, que fue reseñado por el diario El Universal. Entre lágrimas, recibieron las condolencias de ciudadanos, en su mayoría indígenas de las comunidades más pobres que se acercaron a contarles y agradecerles los favores que les hizo el cura que el domingo por la mañana, después de oficiar una misa, fue ejecutado en San Cristóbal de las Casas, una ciudad cuyos habitantes tienen cada vez más temor de salir de sus hogares.

“Dio la vida a sus hermanos como Jesucristo. Por eso en esta santa misa ponemos la vida del padre Marcelo con Cristo Jesús, para que sea una ofrenda agradable a nuestro Padre Dios, para que traiga la paz, la justicia, que tanto necesitamos”, convocó durante la misa el cardenal Felipe Arizmendi Esquivel, quien en 2002 lo ordenó como uno de los primeros sacerdotes indígenas de la diócesis de San Cristóbal de las Casas.

“La partida del padre Marcelo nos ha hecho unirnos más hoy como tantos otros días (…) el padre Marcelo sabía que estaba amenazado. Corría peligro su vida, sin embargo, no delimitó su mensaje (…) La muerte para quienes tenemos fe en Jesucristo es solo un traslado, un paso a la vida plena (…) La muerte no es el final de todo”, agregó el obispo Rodrigo Aguilar Martínez.

“No queremos venganza. Queremos paz porque la paz es lo que promovía mi hermano. Toda la familia queremos paz”, subrayó uno de los parientes del sacerdote, que ya se convirtió en un nuevo mártir de las luchas por los derechos humanos en México, el país en el que los asesinatos y las desapariciones no cesan y en el que la violencia es uno de los principales desafíos del nuevo Gobierno de la presidenta, Claudia Sheinbaum.

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