¿Alguna vez se detuvieron a pensar lo paradójico que resulta el hecho de que en un país que sentó sus bases de organización en un Acuerdo sea complicado consensuar ideas que generen un desarrollo sostenible?
Por Lucas Catalin Malin*
Es muy práctico encontrar ejemplos de desencuentros en la historia política argentina, podemos ir desde las internas en la Primera Junta, el asesinato de Mariano Moreno, la confrontación entre unitarios y federales, disputas nacionalistas-liberales, pasando por renuncias de presidentes, golpes de Estado, feroces internas partidarias, hasta la presente “grieta social” que vivimos hoy en día que atraviesa prácticamente toda capacidad de análisis de los acontecimientos. En ocasiones los desencuentros desembocaron en enfrentamientos civiles, inestabilidades de régimen y/o de gobierno o discrepancias ideológicas irreconciliables.
Nos detenemos unas líneas en un acontecimiento histórico. Luego de la victoria sobre Juan Manuel de Rosas en la Batalla de Caseros, Justo José de Urquiza reunió a los gobernadores de las provincias argentinas para llevar adelante un acuerdo que sentó las bases de la organización nacional actual del país. El Acuerdo de San Nicolás –infravalorado en nuestra historia, pero de suma importancia–, firmado el 31 de mayo de 1852, fue precedente de la Constitución de 1853. Muchos historiadores coinciden en que la Constitución Argentina “nació renga” porque no lograron sumar a Buenos Aires en un principio y empezó a entrar en vigencia dentro de la Confederación Argentina. Sin embargo, no podemos dejar de lado que fue un consenso mayoritario que diseñó el paisaje de los debates que llegarían en el futuro. Esta Carta Magna introdujo formalmente la división de poderes del régimen republicano, la participación representativa y, una característica fundamental, el federalismo.
Normativa
Si bien la Constitución no hace referencia directa a la democracia, en su artículo 33 hace alusión explícita a la soberanía del pueblo y a la forma republicana de gobierno. Esto fue complementado con la Ley Sáenz Peña en el año 1912, que sentó las bases democráticas al instaurar el voto secreto y obligatorio en el proceso electoral de elección de autoridades.
El consenso democrático fue un gran logro de la clase dirigente del país que se mantuvo constante a lo largo de la historia reciente a pesar de las interrupciones autoritarias del siglo XX. Luego del último golpe de Estado de 1976, la sociedad argentina dijo “Nunca Más” y dejó en evidencia el respaldo al consenso democrático como forma de gobierno y que fue madurando con el correr de los años.
En eso nos pusimos de acuerdo, recuperamos la democracia y dimos paso a una nueva etapa de la historia argentina. Abrimos el camino de los nuevos encuentros: Juicio a las Juntas, creación de la Conadep, Plan de convertibilidad –fuerte respaldo inicial–, Pacto de Olivos, ampliación de derechos, Derechos Humanos, jóvenes en la política, entre otros consensos.
Ahora bien, desde la vuelta a la democracia hasta hoy nos podemos encontrar con muchos desencuentros. Dos de los seis presidentes elegidos en elecciones populares no lograron terminar sus mandatos producto de crisis económicas y sociales que azotaron al país. La más fatídica fue la crisis del año 2001 en la que renuncia el presidente De la Rúa y nos sumergimos en una inestabilidad política, social y económica que tiene sus secuelas hoy en día. El desencuentro más reciente comenzó a gestarse en el año 2008 con el enfrentamiento de, la por entonces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner contra los sectores rurales, enfrentamiento que fue cristalizado por el gobierno de Mauricio Macri y sigue vigente hoy en día.
Política económica
Con momentos de encuentros y desencuentros, en estos 39 años de recuperación de la democracia la sociedad y los dirigentes fueron testigos de múltiples acontecimientos positivos y negativos para el desarrollo de la Argentina. Asimismo, de manera rápida, pareciera ser que la única vara con la que se califica la gestión de un presidente es si fue o no exitoso en sus políticas económicas, si estas fallan, entonces todo lo demás también y el nuevo Ejecutivo da por tierra todo y arranca de nuevo. ¿No deberíamos exigir un consenso en materia de política económica que nos permita desarrollar cuestiones básicas?
La crisis económica estructural que tiene el país rara vez da lugar al debate de otras cuestiones que también requieren sentar bases sólidas para garantizar el desarrollo a largo plazo. La salud pública, educación pública, vivienda, por mencionar algunos temas, son considerados derechos básicos y la pandemia de la Covid-19 dejó en evidencia la ausencia de planes consensuados en estas áreas que generen un desarrollo integral que permitan una mejora sustancial en la calidad de vida de los argentinos.
Rodrigo Zarazaga señala que “la historia política argentina esta signada por una contradicción entre los valores que se proclaman y la política que se ejecuta, contradicción que siempre existe pero que en nuestro caso adquiere dimensiones abismales e infranqueables”. En gran parte, no abrir nuevos debates y tomar medidas de corto plazo –y, en ocasiones, perjudiciales en el largo plazo– son producto de la necesidad electoral y eso debería hacernos tomar conciencia de que no podemos debatir cada cuatro años las mismas cosas porque lo único que generamos son eventos cíclicos y se ratifica el hecho de que “la Argentina es un país donde si te vas de viaje veinte días, al volver cambió todo, y si te vas de viaje veinte años, al volver no cambió nada”. Esto ocurre porque no debatimos el largo plazo, vivimos en la inmediatez del hoy y debemos aprender también de los resultados negativos que esto genera y no solo de algún logro alcanzado.
Reformas
Hace muchos años, en el tintero tenemos las reformas de la Justicia, laboral, previsional, sistema carcelario y la fiscal, entre otras reformas sobre las que se intenta o se intentó avanzar. ¿Por qué no se concretan? En ocasiones no hay voluntad política y, en otras, simplemente no prevalecen los intereses de la sociedad.
Muchas veces escuchamos que tenemos que ir a un “gran acuerdo nacional” o que el trabajo para construir una Argentina mejor “es con todos”; sin embargo, no tenemos que dejarnos engañar con el relato y debemos debatir políticas públicas estructurales que permitan un desarrollo integral verdaderamente sostenible. Podemos aprovechar la reciente reestructuración de la deuda en donde se logró un gran consenso entre oficialismo y oposición y empezar a acercar posturas en donde podamos poner sobre la mesa temas comunes en los que tenemos que tener una mirada integral a largo plazo y lograr un efecto real.
Para esto se requiere de la voluntad política de todas las partes e instituciones sólidas. Hoy vivimos en una grieta en donde cada lado tiene su propia visión de país y como han mencionado García y Timerman en su nota de opinión ¿Por qué no explota Argentina? en NY Times, hoy no es más que se vayan todos, es que se vaya el otro así yo puedo diseñar mi modelo de país. En disputa constante es muy complicado consensuar, debemos aprender a convivir con el que piensa distinto y hacer de la tolerancia una bandera. Mucho más difícil es consensuar y gobernar cuando dentro de las mismas coaliciones se presentan estos mismos problemas.
Consensos
De la crisis se sale con consensos y Argentina los requiere. Como pudimos ver, el país ha tenido muchos acuerdos en los que capaz no se obtuvieron los resultados deseados y, en otras ocasiones, tenemos una deuda pendiente con debates estructurales. De la misma manera que aprendimos a ser intolerantes a los gobiernos autoritarios, debemos aprender a ser intolerante a la gestión sin cooperación ni colaboración y exigir más debates.
“La Argentina está condenada al éxito. No sé si con este gobierno o con el que viene”, señaló un expresidente en el mes de marzo del 2020. Frase que consideramos en cierta medida acertada como consecuencia de nuestros antecedentes y del potencial de desarrollo que tiene nuestro país. Sin embargo, la Argentina no va a salir adelante por el trabajo de un presidente porque debemos afrontar un proceso de 20 años para enderezar nuestro desarrollo. Necesitamos tener nuestras diferencias y la mirada crítica. Pero eso no debe sesgarnos a la hora de trabajar sin grietas, sin chicanas y con más compromiso. Menos dogmas y menos barreras ideológicas. Se necesitan más consensos, empecemos por saldar los que le debemos a nuestra historia. Sigamos fomentando nuestra cultura del debate, todos juntos.
*El autor del artículo es investigador en opinión pública y asesoramiento estratégico electoral y licenciado en Relaciones Internacionales.