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lunes, octubre 21, 2024
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“Al regular la inteligencia artificial, debemos colocar raza y género en el centro del debate”

INTELIGENCIA ARTIFICIAL

La brasileña Fernanda K. Martins, directora del centro de investigación Internet Lab, reflexiona desde uno de los países más hiperconectados del mundo sobre desigualdad y regulación de las plataformas.

Fernanda K. Martins, antropóloga y directora del InternetLab en las calles de São Paulo (Brasil). WEB

De la Redacción de EL NORTE
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Una de las investigaciones más recientes impulsadas por la brasileña Fernanda K. Martins (32 años, Taperoá, Paraíba) llegó a la conclusión de que plataformas como Spotify recomiendan al usuario más artistas hombres que mujeres, independientemente de género musical que el usuario busque. Es lo que los académicos llaman discriminación algorítmica. Parece lógico que esta antropóloga llevara sus investigaciones sobre género y raza a Internet, probablemente el universo más desafiante de nuestro tiempo, en vista de que Brasil es uno de los países más hiperconectados del mundo. Martins es directora de Internet Lab, un respetado centro de investigación interdisciplinar sobre ese espacio donde confluyen Internet y el derecho y participante activo en los debates que de ahí derivan.

Martins, que es hija de una mujer negra e indígena y de un hombre blanco, tenía nueve años cuando la sequía y la desigualdad llevaron a toda la familia a emigrar a São Paulo. Vivió en la favela de Brasilandia hasta que se mudó al exclusivo barrio de Jardins, donde su padre es portero. Y recuerda nítidamente el instante cuando se descubrió negra. “Fue el día que pronuncié la frase ‘vosotros los negros…’ y un profesor me respondió: ‘¿Cómo vosotros? ¿Y tú?”.

Pregunta. Cada brasileño navega en Internet 9 horas y 32 minutos al día, es decir, solo por detrás de Sudáfrica y tres horas por encima de la media mundial. ¿A qué obedece esa hiperconexión?

Respuesta. La vanidad, la imagen, están muy presentes en la cultura popular. Por nuestra ascendencia indígena, el cuerpo es muy importante, y estamos muy acostumbrados al cariño e Internet cumple un rol de conexión. Por ejemplo, entre las poblaciones históricamente marginadas. Quisimos entender cómo ven Internet los indígenas y las personas negras que entraron a las universidades a través de cuotas y nos contaron que fue importante en aquella época en la que a menudo eran el único [no blanco] entre una mayoría blanca. Accedemos mucho a Internet, pero de manera muy desigual y muy concentrada. Las operadoras ofrecen gratis en Brasil algunas aplicaciones como WhatsApp. Y entre las poblaciones más vulnerables existe el convencimiento de que Internet son esas aplicaciones. No hay un espacio para que la gente entienda qué Internet quieren construir. Por eso, cuanto más fortalecemos estas grandes plataformas, menos espacio encontramos para la innovación y la creatividad.

P. ¿Cómo es su relación personal con la red? ¿Constructiva? ¿Mejorable? ¿Se pone límites?

R. Intensa. Viniendo de una escuela pública, no me enseñaron en clase, fui autodidacta. Empecé a navegar a los 10-11 años en un ordenador que compró mi hermano mayor. Entonces tenía colegas que no sabían enchufarlo ni qué se podía hacer con una computadora. ¿Me pongo límites? Me he educado. Cuando saco al perro, voy sin móvil. Internet produce esa sensación de estar siempre acompañado pero agrava la soledad porque estás pero no estás.

P. Cuente más de esa investigación sobre los algoritmos que refuerzan la desigualdad.

R. La investigación nació en un equipo interdisciplinar cuando el debate sobre la discriminación algorítmica era muy intensa. Hay quien dice que Internet es un reflejo de una sociedad desigual. Yo creo que va más allá. Creo que Internet y la tecnología producen otras desigualdades. Nuestra investigación demostró que, cuando pides recomendaciones a plataformas de streaming de música, las mujeres son menos recomendadas que los hombres, independientemente del género musical. Y ahí se abre el interrogante sobre cuál es el rol social de la plataforma para intentar equilibrar eso. Necesitamos que las plataformas demuestren que están poniendo todo el empeño en no generar y perpetuar las desigualdades. Pudimos analizar el género, pero no el perfil etnicorracial porque no hay datos ni de los artistas ni de los usuarios. Y eso quizá en lugares del norte global eso no es importante, pero en Brasil es urgente.

P. ¿Considera posible luchar contra la desinformación mientras el odio sea más lucrativo que la información sobria y de calidad?

R. La desinformación seguirá siendo un fenómeno que requiere la búsqueda de soluciones entre diferentes sectores y actores sociales. Debemos pensar en medios alternativos, independientes, locales y regionales, en políticas públicas que apoyen a medios indígenas, producidos en las periferias, por los negros, por las comunidades tradicionales. Y luego, la educación. La gente sabe cómo comprobar si una noticia es falsa o no, pero difieren en lo que consideran una fuente fiable. Para unos es un canal de YouTube, para otros una persona de confianza. Necesitamos una alfabetización de la sociedad en general y un compromiso del periodismo. Tenemos que pensar en pactos amplios porque el problema no se concentra en un solo actor. Necesitamos volver a creer en un futuro construido a partir de nuevos consensos. Debemos escuchar activamente a las poblaciones históricamente marginadas, pero el resto también debe mirar hacia dentro y preguntarse ¿quiénes eran mis antepasados?

P. Vamos al género. Las parlamentarias son solo un 18% en el Congreso, pero ellas, sean de izquierdas o de derechas, son el objetivo preferente del odio digital. ¿A qué se debe?

R. Cuando entran en política, son electas y ocupan espacios en los que antes no estaban, vemos que la ira se traduce en ataques a las mujeres, pero no por lo que hacen políticamente, sino por lo que representan. Cuando comparamos los ataques en las redes sociales, vimos que los hombres blancos heterosexuales son cuestionados por sus cargos políticos, y las mujeres, por su cabello, su ropa, su moral.

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