Aunque la incertidumbre es una sensación usual en cada adopción y los contratiempos pueden aparecer entre quienes “se eligen”, finalmente no constituyen una barrera que detenga tal acto de amor. Un cambio de paradigma en las leyes fue un factor determinante, ponderar a los niños como la nueva premisa y encontrarles una nueva casa lo antes posible el objetivo.
Nicolás Fenley
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“Concretar una buena adopción es la parte más gratificante”, afirma Pamela Tapias, psicóloga del Hogar San Hipólito. Declaraciones como esta dan cuenta del largo camino a sortear, el cual se ha ido agilizando en los últimos años, aunque sin llegar a conformar la instantaneidad que desean todas las partes involucradas.
La extensión del proceso no solo pasa por la carga sentimental, también se manifiesta en los plazos que establece el apartado legal -artículo 594 del Código Civil y Comercial y la ley provincial 14.528-. Actualmente las normativas dictan que la situación de adoptabilidad recién puede considerarse a partir de los seis meses que el niño, niña o adolescente ingreso a una “casa de abrigo”. Dentro del primer lapso, los profesionales que trabajan en los distintos hogares tienen la prioridad de intentar reinsertar a los menores de edad en sus familias de origen o con parientes de los mismos, también denominado “familia ampliada”. Una vez culminado ese tiempo, los Juzgados de Familia tienen la potestad de dictar la posibilidad de prohijar.
Viejas creencias
La oportunidad de acoger a un menor mediante este procedimiento no es nueva, específicamente la adopción es un instituto incorporado en el ordenamiento jurídico argentino desde el año 1948. No obstante, dicha antigüedad también se percibe en los tabúes que rodean a esta tramitación.
“La idea es desmitificar sobre lo engorroso. Hay muchas cuestiones que quedaron instaladas en el inconsciente colectivo. Sucede mucho con los plazos y la idea de que llevan mucho tiempo, intentamos romper con ese prejuicio”, asevera Tapias en diálogo con EL NORTE. “Existe mucha desinformación. Cuando las personas investigan y extienden su capacidad adoptiva se dan cuenta de que la espera no es tan larga”, agrega con un dato esclarecedor, dado que al momento de presentarse un aspirante en el Registro Nacional debe constatar ciertos parámetros sobre el niño o niña que desea acobijar. Entre las distintas particularidades, la edad suele ser lo que genera demoras burocráticas. “Las estadísticas muestran una gran desproporción que lleva a eventuales retrasos. Esto ocurre porque hay muchas personas inscriptas para adoptar chicos de 0 a 3 años, pero la mayoría de los que esperan una familia superan esa edad”, explica la psicóloga. Otro gran cambio fue la aceptación de distintos círculos familiares, teniendo en cuenta que anteriormente solo se daba lugar a las uniones convivenciales –heterosexuales en su mayoría–. “Hoy existen muchos modelos nuevos de familia, distintas posibilidades”, agrega sobre la nueva vía para personas únicas.
Cambio de paradigma
Entre las voces cuestionadas existe un punto de consenso sobre los beneficios que trajo consigo la preponderancia reciente que tomaron los niños, niñas y adolescentes.
“Antes la ley decía que se buscaba un hijo para una familia, ahora el foco está en los chicos como sujetos de derecho. Previamente el centro eran los adultos”, detalla Sofía Menichelli, parte del equipo técnico del Hogar San Hipólito. “La palabra del menor es la más importante. Se trabaja para que se restituyan todos sus derechos”, asevera.
Muestra de lo expresado es la intención de recortar las estadías en los establecimientos de acogida. “El hogar es la última medida a tomar. Acá llegan cuando una vulneración de derechos es tan extrema que impide quedarse con su familia”, detalla.
“Los tiempos de institucionalización se intentan acortar lo más posible, esto (por el hogar) no es una casa ni su familia”, subraya Pamela Tapias. En esa misma línea, Menichelli añade: “Antes vivían mucho tiempo o algunos toda la vida en los hogares. Estar acá no es como estar en su casa y aunque hayan pasado cosas feas, por lo general extrañan a sus familias”.
“Es muy duro explicarles por qué no pueden volver”, revela la licenciada en Trabajo Social sobre la dificultad que conlleva su tarea. Sin embargo, da cuenta de los buenos momentos que presencia: “La vinculación comienza en el hogar y las familias logran una conexión muy profunda, los padres construyen lo que estaban buscando y los chicos se sienten acompañados después de todo el sufrimiento. Se ‘reparan’ entre sí”.
En cifras
Al 1º de octubre de este año, el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Ruaga) nacional cuenta con más de mil legajos esperando su oportunidad. En total son 1874: 499 monoparentales y 1375 de matrimonios o uniones convivenciales.
En lo que respecta a la concreción de adopciones, en San Nicolás hubo 26 entre 2016 y 2023 según datos recabados entre las entidades de acogida “El Amanecer” y “San Hipólito”. Por otro lado, 38 infantes retornaron a sus vínculos de origen, 16 con su familia biológica y 22 con ampliada.
El próximo 26 de octubre a las 17:30, el Hogar San Hipólito realizará la jornada “Hablemos de adopción” en el Auditorio municipal.
Sueño cumplido
“Es una experiencia única, no dejo de llorar cada vez que recuerdo la historia”, cuenta Carlos Delmé desde la localidad bonaerense de Salliqueló. Sucede que el próximo 11 de diciembre se cumplirán tres años del momento que junto a su esposa Gimena formaron su “familia del corazón” con Alma y Estrella (ver fotos), dos niñas que vivieron en el Hogar San Hipólito.
Todo comenzó a fines de 2016 cuando este matrimonio presentó su legajo. “Lo decidimos después de varias pérdidas de hijos, cansados de tantos tratamientos de fertilización”, advierte Delmé sobre el momento de dar el primer paso. “Primero buscamos un bebé de hasta tres años. En 2018 cuando debíamos renovar nuestra solicitud, decidimos anotarnos para dos hermanos o hermanas de hasta seis”, detalla el salliquelense sobre un cambio que fue determinante.
De ese momento la historia avanza al 22 de octubre de 2020, cuando recibieron el tan ansiado llamado del Juzgado de Familia N° 2. Sin embargo, la fecha que todavía agita sus pulsaciones es el 4 de noviembre del mismo año. “Lo que sentimos al momento de verlas por primera vez a través del zoom –debido a la pandemia– fue indescriptible, nunca pensamos que la vinculación iba a ser lo que vivimos hoy”, admite. Al condicionante de la cuarentena hay que sumarle los 570 kilómetros que separan ambas ciudades. “En 25 días hicimos cuatro viajes de más de mil kilómetros, nos quedábamos algunos días y volvíamos a trabajar, un esfuerzo que valió la pena”, sostiene.
Por otro lado, ya fuera de su propia lucha, Carlos se toma un momento para bajar un mensaje que busca derribar mitos. “(A las familias) les diría que se animen, una adopción es lo mejor que te puede pasar, nuestras hijas nos dieron una nueva vida. Con paciencia se logra”, firma y sentencia: “Deseo que la gente vea que no pasa nada por tener hijos adoptados, que se saquen los miedos. La sonrisa de mis hijas me llena el corazón, son mi orgullo”.