Por José Narosky
Especial para EL NORTE
Si a mi nota de hoy tuviera que ponerle un título, la denominaría “Las guerras olvidadas”.
Porque todos sabemos del interminable conflicto que azota en Medio Oriente a los árabes y judíos, dos pueblos hermanados por idéntico origen semita.
Y también solemos leer –en Colombia en este caso– del terror de la guerrilla y de la violenta réplica gubernamental.
Conocemos lo acaecido en el conflicto en Afganistán, y más cercano en el tiempo, en Irak.
Las guerras siempre se parecen. Pero también se diferencian.
Lo que las asemeja es la cantidad de muertos, de mutilados, de hogares destruidos.
Y las hace distintas el lugar geográfico en que se desarrollan o las características étnicas o religiosas de los contendientes.
Antes aludí a la expresión “guerras olvidadas”. Porque no solo hay conflictos en Colombia o en Medio Oriente.
Como ejemplo, el continente africano en el último medio siglo no ha tenido un solo año –por no decir un solo mes– de paz total. Es decir que no hubo una guerra –o varias– en algún país de ese continente. Me refiero a los últimos 50 años.
Y actualmente hay luchas de diferente intensidad en Etiopía, en Somalia y en nueve o diez países más. Pero no hace mucho tiempo, en julio de 2002, se celebró un tratado de paz.
Se firmó en Pretoria, la capital de Sudáfrica, entre los presidentes de la República Democrática del Congo y el de Ruanda –países limítrofes– un acuerdo de finalización de hostilidades.
Aunque hay todavía focos de discordia en la zona, esperamos que se vayan apagando.
Otro caso de los muchos aún no resueltos es el de Sudán. El régimen musulmán con sede en Khartum, su capital, lleva dieciocho años de conflictos. ¿Motivos? Posee petróleo, yacimientos de diamantes y especialmente en el sur vive una mayoría cristiana que lucha contra el intento del gobierno musulmán de convertirla.
También en la República de Birmania, hoy Myanmar, hay lucha.
Y un detalle penoso: más de cincuenta mil adolescentes de trece y catorce años –muchos han muerto– han sido reclutados para combatir en las sangrientas revueltas que jaquean a este país desde su independencia en 1948.
También China tiene problemas con una región autónoma llamada Xinjiang, conocida por su clima riguroso como la Siberia china.
Pero hay muchas otras guerras que hoy denominamos “olvidadas”, pero no lo son sin duda para los que las viven.
Pero no deseo que esta nota parezca una lección de Historia o de Geografía. No tengo la capacidad ni el conocimiento para ello.
Y viene a mi mente en este momento un pequeño poema que escribí hace años.
Imaginaba en él, que un pájaro y una flor estaban dialogando.
Eran las 8 horas y 14 minutos del 6 de agosto de 1945 y la conversación se desarrollaba en la ciudad japonesa de Hiroshima.
Y el diálogo entre la flor y la avecilla se realizaba un minuto antes que un avión norteamericano, una “fortaleza volante”, arrojara la primera bomba atómica que fue a las 8.15 de ese día de 1945, con más de trescientas mil víctimas, entre muertos y heridos.
Y este era el diálogo en forma de poema:
“–¡Cómo envidio tu fragancia!…
Dijo el pájaro a la flor
–Pero yo envidio tu vuelo…
Gentil la flor contestó.
Y el hombre con su arrogancia
Falto de aroma y color
Sin poder dejar el suelo
Flor y pájaro mató”.
Y quise con este pequeño poema expresar mi repudio a todo conflicto bélico, a toda violencia, porque quien ganó por la fuerza, solo ganó una etapa, porque es imposible edificar destruyendo, ya que la fuerza todo lo destruye, incluso a quien la usa.
Solo quise expresar mi repudio a la violencia, esa que muchos parece que necesitan, para sentirse en paz.
Porque las guerras requieren adherentes. Y para lograr solidaridades hay que crearles –o fabricarles– carencias o maldad en el otro bando.
Porque azuzar el odio encuentra más adhesiones que predicar el amor.
Es que la turba no tiene opiniones. Tiene impulsos.
Tengamos fe en que la humanidad terminará suprimiendo las guerras. Incluso una guerra justa daña más que una paz injusta.
Porque de ellas nadie regresa como partió, ya que hasta los sentimientos quedan distorsionados. Dado que en las guerras la crueldad es casi un deber.
Y la prueba irrefutable de lo trágico de todo conflicto bélico creo que queda reflejado en este aforismo final: «Muchos cantan cuando van a la guerra. Pero ninguno cuando regresa».
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