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sábado, septiembre 21, 2024
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Edición N°

Gregorio Araoz de Lamadrid

28-11-1795 (N) / 05-01-1857 (M)
Y ya el aforismo inicial…
“La ingratitud es una ceguera del corazón”.

Y agregaría que puede expresarse de mil maneras. Incluso con silencios.

Pero el ingrato no carece de memoria. Carece de sensibilidad. Los pueblos suelen serlo.

Y esto sucede muy especialmente con los científicos, muchos de los cuales han ayudado a salvar millones de vidas. Y, así y todo, casi ni se recuerda sus nombres.

Y también nos suele pasar con los héroes de nuestra historia.

No podríamos negar los méritos de San Martín, de Belgrano, de Moreno, pero hay cientos de hombres que ayudaron con su heroísmo y su esfuerzo a construir esta patria que hoy nos acoge.

Y a uno de estos hombres me voy a referir hoy.

Se llamó Gregorio Araoz de Lamadrid y combatió para la consolidación nacional durante 40 años, en las grandes batallas de la independencia y en los enconados enfrentamientos civiles.

Y asistió perplejo y dolorido al fusilamiento de su amigo y camarada de armas Manuel Dorrego, a quien acompañó hasta en sus últimos momentos; luego continuó guerreando a lo largo y a lo ancho del país y vivió las privaciones del exilio.

Lamadrid nació en la ciudad de Tucumán y a su azarosa existencia podíamos tildarla simultáneamente de gloriosa y novelesca.

Participó a las órdenes de Belgrano en las batallas triunfales de Tucumán y Salta.

Allí comenzó su reputación de hombre valeroso.

Luchó también con Belgrano en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.

Fue posteriormente ayudante de San Martín –entonces Coronel- junto a quién combatió con un coraje que formaba parte de su personalidad.

Gregorio Araoz de Lamadrid alcanzó el grado de General y sobre su uniforme brillaban condecoraciones ganadas legítimamente.

Pero bajo ese mismo uniforme tenía el pecho cubierto de cicatrices, no menos valiosas que las medallas.

No era un táctico genial, como su coetáneo, el general Paz, ni un organizador excepcional como lo fue San Martín.

Se asemejaba más a aquel otro caballero sin miedo que era Juan Lavalle, capaz de protagonizar una epopeya con ribetes de locura.

Sus subordinados tenían por Lamadrid tanta valoración como afecto.

Como muestra de esa adhesión vale recordar la orden que Lamadrid le dio a su asistente, el salteño Juan Robles.

Él necesitaba conocer el número de hombres con que contaba Estanislao López, quien estaba a punto de atacarlo en las proximidades de Fraile Muerto, en Córdoba.

Con el fin de engañar a López y permitir que su soldado penetrara en las filas del adversario, Lamadrid dispuso que fingiera haber desertado.

-“Te toca estimado Robles, una tarea tan peligrosa como ingrata. Necesito que me averigües cuantos soldados tiene Estanislao López y que armamento posee. Para ello tendrás que filtrarte en las filas de nuestro adversario. Lamentablemente te tengo que poner preso para que todos tus camaradas lo observen y luego te tendrán que dar 50 latigazos. Con esas marcas en tu cuerpo, el General López te creerá cuando le manifiestes que has desertado de mis filas. El regreso te será menos riesgoso”.

Tras escuchar el plan, el humilde soldado le respondió con estas palabras:

“¡Mi Coronel!. Ud. sabe cuánto amo a mi patria y mi afecto por Ud. Y aunque la prueba que me pide es amarga, voy a aceptarla”.

El asistente cumplió su misión, regresó y Lamadrid consiguió su objetivo, logrando la victoria en la batalla.

La época de este héroe de la patria fue de aspiraciones morales y de esfuerzos continuos para sacar al país de las luchas fratricidas, de la anarquía y también para liberar la patria del yugo de los monárquicos, que desde el norte pujaban por cubrir con sus espadas, la tierra sudamericana.

Lamadrid fue un patriota en todo el sentido de la palabra.

Su norte fue la gloria de su patria y su forma de ayudarla, el desinterés y el sacrificio.

Y un aforismo final para este hombre con el que hasta hoy suele cometerse la injusticia de denominar calles o lugares con sólo una parte de su apellido: Lamadrid, omitiéndose su nombre completo: Gregorio Araoz de Lamadrid.

Y el aforismo prometido como mi modesto homenaje a un hombre valiente. Que sin duda tuvo temor. Pero que lo enfrentó.

“Abrazar causas nobles es abrazar hombres”.

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