Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (Mc 8, 27-35).
Por monseñor Hugo Norberto Santiago
Obispo de la Diócesis de San Nicolás
«Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy Yo?”. Ellos le respondieron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”. “Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?”. Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”. Jesús ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará”». Palabra del Señor.
Un gran hombre
Para muchos, Cristo es una gran persona que generó un estilo de vida digno para todos, el que marcó tanto la historia de Occidente que el calendario se cuenta desde Él y antes de Él, el que desde el testimonio de vida dio origen al humanismo cristiano que se transformó en el modo de vida de millones de bautizados de los cinco continentes y sustancialmente consiste en creer que Dios es el Padre de todos, que nos une la común dignidad de hermanos y que estamos llamados a ser señores de las cosas.
Una concepción de la vida guiada por preceptos morales centrados en los diez mandamientos y en las bienaventuranzas, un estilo de vida que genera fundamentalmente tres actitudes: oración para con Dios, solidaridad con los demás y dominio de los bienes materiales para ponerlos al servicio de la persona. Un modelo para esta vida. Cristo es un gran hombre que murió. Por tanto, queda en la oscuridad y sin solución que haya que hacer méritos para otra vida que no se sabe si existe.
Un hombre con poderes extraordinarios
Quien ha entrado un poco más en el conocimiento de la vida de Cristo a través de los Evangelios pero sin tener fe puede concluir que, debido a los milagros que se le atribuyen, la curación de enfermos graves, la multiplicación de los panes, la resurrección de Lázaro su amigo y a su capacidad de predecir lo que va a ocurrir, Cristo fue un hombre excepcional con poderes extraordinarios. Se desconoce de dónde le venía esa capacidad, si de un particular desarrollo del cerebro o de poderes trascendentes. En definitiva lo suyo, lamentablemente, terminó en el fracaso de la cruz, salvó a otros, pero él no pudo salvarse de la muerte.
El Hijo de Dios hecho hombre, nuestro salvador
Los que creemos, explicamos desde La Biblia lo malo de una realidad que nos lastima, en la cual Dios nos dice que la causa de todos los males que sufrimos se deben a un pecado de origen que desfiguró la identidad y la dignidad humana, que nos hizo perder la conciencia y la capacidad de recrear los lazos de amistad con Dios nuestro creador. Esa ruptura puso en crisis los vínculos humanos que pasaron del amor al odio, del servicio al dominio.
El hombre quiso ser Dios, pero se dio cuenta de que en realidad sin Dios era una pobre creatura desnuda, y cortar con su origen fue como si un niño tuviese el poder de cortar el cordón umbilical estando en el seno de su madre. Su destino irremediable fue la muerte. Estos males llegan hasta hoy y son evidentes.
Creer que Jesús es el Hijo de Dios y es nuestro Salvador significa creer que viene a devolvernos la conciencia de nuestra dignidad, a darnos la capacidad de dejarnos guiar por Dios como Padre Sabio, a recrear los vínculos entre nosotros. A decirnos que en esta vida se madura por el amor y que caminamos hacia una vida plenamente feliz más allá de esta vida. Creer en Cristo como Hijo de Dios significa entender que esta vida es misión, porque el cielo nuevo y la tierra nueva hacia la cual caminamos. Comienza a construirse en esta tierra, aunque al final Dios terminará esta construcción.
Creer en Cristo como Hijo de Dios es creer que resucitó y camina con nosotros como el Amigo Divino, que la comunicación con Él es posible. Que su resurrección es el anticipo y el anuncio de la nuestra, que al final seremos juzgados por nuestras opciones, que no habrá impunidad y que cosecharemos nuestra siembra.
Buen domingo.