En nuestro país se conmemora cada 29 de agosto el Día del Abogado. La fecha alude al nacimiento, en 1810, de Juan Bautista Alberdi, hace hoy 214 años. Aunque nunca ejerció en el país la profesión letrada, es considerado el arquitecto de la República a través de las bases constitucionales que para ella diagramó.
Por José Ignacio García Hamilton
(Autor de una biografía novelada de Alberdi)
Los argentinos celebramos el Día del Abogado el 29 de agosto, por haber nacido en esta fecha, en 1810, Juan Bautista Alberdi. Resulta curioso, sin embargo, saber que Alberdi nunca ejerció la profesión de letrado en nuestro país.
Juan Bautista nació en Tucumán y, a los 14 años, obtuvo una beca para estudiar en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires (hoy Colegio Nacional). Luego siguió abogacía en la Universidad, pero, al completar sus estudios, ocurrió que el gobierno de Juan Manuel de Rosas impuso un juramento de fidelidad al régimen federal como requisito para la habilitación profesional.
Alberdi, que había sufrido ya como periodista el cierre del inofensivo periódico “La Moda” por parte del despótico gobernador, no quiso aceptar otra humillación y prefirió marchar al destierro. En 1838 subió al bote que iba a acercarlo hasta el barco que hacía la carrera a Montevideo y, todavía a la vista de las autoridades y público del puerto, tiró al agua el cintillo punzó que la dictadura exigía como uso obligatorio.
En la capital uruguaya trabajó en un diario e impulsó la expedición libertadora encabezada por Juan Lavalle, pero ante el fracaso de la misma revalidó su diploma de abogado y vivió de sus honorarios. Al producirse el sitio de Montevideo por las tropas rosistas encabezadas por Manuel Oribe, Juan Bautista viajó a Europa y luego se radicó en Valparaíso.
Un programa, un país
Había llegado a Chile con sus últimos ahorros y ejerció el periodismo para sustentarse, pero al poco tiempo presentó una tesis sobre “El Congreso Americano” en la Universidad y se dedicó intensamente a la abogacía.
Su talento lo hizo distinguirse en el foro y llegó a ser el profesional mejor remunerado de la ciudad.
Con sus ingresos se compró la quinta “Las Delicias”, en donde recibía los domingos al mediodía a los emigrados argentinos y sus familias. Allí se enamoró de Matilde, la hija de su amigo Carlos Lamarca.
Cuando Urquiza derrotó en Caseros a Rosas, Alberdi escribió “Bases y Puntos de Partida para la Reorganización Institucional”, sugiriendo la implementación de un programa republicano que estableciera la libertad de cultos, el liberalismo económico y el fomento de la inmigración.
Con relación a la educación, proponía dejar a un lado la instrucción humanística, para acentuar la formación de artesanos que supieran labrar la tierra y construir caminos, puentes y ferrocarriles. No necesitamos abogados, sino técnicos, sostuvo tajantemente.
En 1855, el presidente Urquiza le pidió a Juan Bautista que viajara a París como embajador, para evitar que las naciones europeas reconocieran a Buenos Aires como nación independiente. Hacia allí partió el tucumano directamente desde Valparaíso, sin regresar a la Argentina.
Cuando Mitre venció a Urquiza en Pavón y el país se unificó bajo su mando, decretó la cesantía del diplomático.
Al producirse la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, Alberdi condenó la actuación argentina. Dijo que era una confrontación absurda, hecha por la vanidad de los gobernantes, y que si algún país tenía algo de razón, era más bien el Paraguay.
Exilio en Francia
El Gobierno argentino lo acusó de traidor a la patria y Juan Bautista debió permanecer exiliado en Francia otros catorce años.
Después de la confrontación franco-prusiana escribió “El crimen de la guerra”: con estilo de abogado fue encadenando los argumentos para demostrar que la guerra no es un derecho, sino un delito; y que la justicia solo es tal cuando es impartida por un tercero imparcial.
Recién en 1879, cuando estaba a punto de cumplir los 70 años, arrastraba los pies y era una figura legendaria, Alberdi regresó a su patria. Había pasado 41 años en el extranjero, aunque siempre escribiendo sobre su país. En la Facultad de Derecho de Buenos Aires pronunció una conferencia: “La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual”. Pero la emotividad de sus años le impidió completar la lectura y le pidió a Félix Frías que terminara de leer las cuartillas que él había preparado. No tenía fuerzas tampoco para empezar de nuevo a litigar. Volvió a París, donde murió solo y soltero, en una casa de salud del suburbio de Neully Sur Seine, el 29 de junio de 1884.
Resistió los abusos de la dictadura y criticó los errores de los gobiernos democráticos. Diseñó la arquitectura constitucional de la república y exaltó la armonía entre las naciones. Aunque nunca ejerció la profesión en su país, nos dejó a los abogados la mejor de las lecciones: defendió la paz y el sistema republicano, aun al costo de sufrir en carne propia el destierro y las persecuciones.