La inseguridad, una piedra en el zapato de los argentinos hace años y a la cual no se le encuentra solución. Sobrepoblación carcelaria, vacíos legales y factores socioeconómicos negativos llevan a una peligrosa proliferación de delitos. En ese contexto los “presos” son los vecinos y los que delinquen “saben que no les pasa nada”.
Nicolás Fenley
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Múltiples factores condicionan el día a día de las personas, siendo el deseo de sentirse seguro uno de los principales. Si bien tener un buen pasar económico y que “la plata alcance” es un anhelo colectivo, todo pierde su valor cuando se vive intranquilo en su propia vivienda.
Con el paso del tiempo, la ineficacia de las políticas nacionales y provinciales -las esferas ejecutivas encargadas de la seguridad- fueron provocando que los delitos menores aumenten considerablemente, provocando un daño mayor.
Prueba de esto es la poca posibilidad de acción que representan los eslabones de la Justicia, desde los policías que en la mayoría de las situaciones no pueden retener más de un día a los infractores de la ley en alguna comisaría, hasta un Poder Judicial con extensos plazos -con expedientes acumulados-, asignados principalmente a las causas de mayor peso legal. Una compleja situación a la cual se le suma un sistema carcelario desbordado de internos con o sin condena firme -específicamente en territorio bonaerense-, tal como sucede en la Unidad Penitenciaria N° 3 de nuestra ciudad que presenta una sobrepoblación del 151%. Un combo dañino, con los celadores “atados de manos”.
“Desaparecen unos días y vuelven”
Ante este contexto, EL NORTE dialogó con quienes más sufren las consecuencias: los ciudadanos que se vieron obligados a normalizar vivir entre delincuentes. “Siempre que agarran un ladrón ya lo conocemos y seguro ya le robó a otra persona del barrio. Es la famosa puerta giratoria, saben que no les pasa nada, desaparecen unos días y vuelven a afanar”, manifestó al respecto un vecino de Parque Córdova -zona oeste de San Nicolás-. “Ya es común ver caras sospechosas, gente que no es del barrio”, agregó.
Lamentablemente estas declaraciones no se corresponden a una sola región de la ciudad. “Viven molestando a los vecinos. Por más que llames y venga la policía, cuando se van hacen desastres, si dejas algo te lo roban o lo rompen. Hasta le pintan las paredes con tal de hacer daño”, explicaron ciudadanos que residen en San Francisco. En esa misma línea se expresó un nicoleño radicado en Tierras del Sol, de los vecindarios más nuevos en nuestra localidad: “Vivir con delincuentes conocido por los vecinos y hasta por la policía, que hace lo que puede porque en menos de 24 horas están sueltos otra vez, se torna muy difícil”. “Son los mismos delincuentes que no serán más de cinco o seis que no dejan vivir en tranquilidad”, subrayó. Esa misma escena se repite en la zona norte. “No podemos hacer mucho más, solo vivir en estado de alerta”, sostuvieron familias de San Martín.
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Frustración
Con el problema instalado, la principal incógnita que surge es cómo actuar. “Un primer instinto es querer venganza y pensar en solucionar el problema por mano propia”, manifestó una vecina de Urquiza, zona sur. Aunque parezca improbable, días atrás se vivió una situación de ese estilo en la región oeste de San Nicolás cuando un grupo de personas atrapó in fraganti a un ladrón de baterías y lo lincharon hasta que llegó la policía. Sin embargo, el temor a una represalia por parte del malviviente frena estas reacciones en la mayoría de los casos. “Pensás en la familia, en los valores que tenés como persona y optás por el camino más largo y frustrante que es ir a denunciar”, sostuvo, y agregó: “Lamentablemente cuando son delitos menores, no pasa más que de una denuncia. A veces sirve denunciar una y otra vez para llamar la atención de la Justicia y que se mueva, aunque no es una garantía”.
En ese sentido, otro nicoleño domiciliado en Tierras del Sol sostuvo que “en algún momento alguien va hacer justicia por mano propia” y provocará que “caiga todo el peso de la ley” sobre ese vecino. “Hace un mes tuvimos un hecho particular, había una persona gatillando contra las casas y fue reducida por los vecinos. La particularidad fue que el delincuente dijo ser la víctima porque lo golpearon y su arma no funcionaba”, contó atónito.
“No sabemos cómo hacer, siempre estamos atentos entre los vecinos y casi todas las casas tienen cámaras. Si vemos algo nos avisamos, hacemos sonar la alarma y cosas así, la única manera es defendernos entre nosotros”, destacó un joven de zona oeste. Este último aseguró que la presencia de oficial creció a partir de las denuncias, pero que nada termina de solucionarse. “Ya no se sabe cómo hacer para combatirlos, al principio pensamos que era porque pasaba poco la policía, pero después empezó a haber más patrulleros. Los vemos con mayor regularidad, pero nada alcanza”, explicó.
Vivir preso
Luego de la frustración acumulada debido a los intentos por mejorar la situación, usualmente en vano, aparece la etapa de resignación. “Te sentís vigilado por ellos todo el tiempo. No descansas”, subrayó una vecina de San Martín. Asimismo, este fenómeno impide el crecimiento de las vecindades: “Tierras del Sol es un barrio hermoso con mucho futuro, pero con la particularidad qué desde el día cero los mismo delincuentes amedrentan a los vecinos. Lamentablemente estamos presos nosotros de poder salir o dejar la casa sola”. Empero, en casos más extremos la paciencia se agota y las decisiones son drásticas, tal como plasmó un vecino de Ginés García: “Una familia ha llegado a vender su casa e irse, era imposible vivir con ese tipo de gente alrededor”.
De esta manera viven un sinfín de personas en todo el país. Una triste rutina que tambalea entre la esperanza y el hartazgo, que no distingue de colores políticos, niveles socioeconómicos o posturas personales. Todos sufren por igual y a pesar de cuidarse las espaldas unos con otros, los ciudadanos caen en una pregunta común: ¿Hasta cuándo?