Después de Caseros (1852), el país se encontraba sumamente empobrecido. Grandes extensiones de tierras en manos de unos pocos latifundistas cuya producción era la ganadería. El surgimiento de una pequeña industria, era lento pero enriquecido con las iniciales afluencias inmigratorias que comenzaban a llegar a un país que los miraba como “bichos raros”. Es que estos inmigrantes ya habían afrontado en Europa, crisis similares producto de la consolidación de un sistema capitalista y de especialización del trabajo.
La extensión del ferrocarril, llevaba los productos que gracias al liberalismo económico propiciado por las clases gobernantes a la par de incorporar éstas áreas a la producción, empobrecían nuestros pequeños talleres artesanales. Estos productos, la mayoría de procedencia británica, eran el infeliz resultado a tantos años de enfrentamientos y sangrientas luchas por un proyecto nacional. Los famosos “ponchos ingleses” productos de una revolución industrial que acaparaba mercados, se imponían como “prenda de civilización”.
La gran parte de los talleres y pequeñas empresas fabriles eran establecidas en el país por inmigrantes que no habían podido acceder a parcelas de tierras para poder cultivarlas, ya que grandes extensiones de territorios estaban en manos de unos pocos latifundistas.
Por otro lado, estos inmigrantes, no sabían desarrollar tareas propias de nuestro gauchaje criollo y por eso el comercio y la pequeña industrialización, primitivamente en forma de talleres, constituirán sus herramientas de lucha en estas nuevas tierras.
Aquí también debemos destacar, el aporte de nuevas ideas traídas por ellos, en cuanto hacen su aparición para defender derechos que eran continuamente avasallados en virtud de no existir hasta el momento, una legislación social.
La colonización judía también cumple un papel importante para el desarrollo y asentamiento de nuevas colonias, especialmente en Santa Fe y Entre Ríos.
La tradicional relación Metrópoli-Periferia no se cortó y solamente cambio nuestra metrópoli. España ya había cumplido su ciclo y los aires de “Orden y Progreso” del Positivismo clásico, herramienta ideológica del liberalismo clásico, habían dado paso a una nueva y creciente relación con la Gran Bretaña.
La dirigencia política estaba comprometida en el mantenimiento de éste vínculo que nos facilitaría ingresar al mundo civilizado, recibiendo grandes inversiones provenientes de estos países que acrecentarían su influencia en nuestra sociedad.
El modelo económico que surgía de esta relación, producto de la expansión imperialista, era el de país agroexportador de materias primas para los países más industrializados. Exportar carnes y cereal e importar todo lo que necesitaríamos.
Esta relación también tenía como consecuencia lógica, vernos afectados por los ciclos económicos que dentro del ámbito capitalista, producía las respectivas crisis con consecuencias sociales profundas
En este contexto, desarrollar una industria propia, se consideraba innecesaria pues lo que se requería lo importábamos. Por otro lado un factor importante para tener en cuenta, era que resultaba más productivo desarrollar una agricultura y ganadería intensiva, que producir bienes que tuvieran que competir con las mercaderías importadas a bajo precio y casi sin aranceles.
Sin embargo, todos los habitantes no podían incorporarse a la explotación agropecuaria y principalmente las masas de inmigrantes optaron entonces por arriesgar sus ahorros e invertir en desarrollar y producir algunos productos para consumo local.
Esta situación produciría un país desigualmente desarrollado en materia económica. Un interior que parecía “revivir” con la llegada del ferrocarril para transportar su producción, pero también para traer mercaderías que arruinaría sus pequeños talleres artesanales.
Dentro del mencionado modelo agroexportador, la ganadería tenía especial importancia y nuestro principal comprador era Gran Bretaña. Los iniciales saladeros, se multiplicaron en el país y más tarde sufrieron una metamorfosis.