Un hombre fue condenado a prisión perpetua este viernes, acusado por el femicidio de Elizabeth Alejandra Toledo. La principal prueba en su contra no fueron las palabras del ave -que repite “ay, soltame”-, sino un peritaje de ADN.
Este viernes terminó un juicio que quedará en la historia. Un hombre fue condenado a prisión perpetua, a partir de un peritaje de ADN, por la violación y el asesinato de Elizabeth Alejandra Toledo en 2018 en el partido bonaerense de San Fernando, en un femicidio que tuvo como particularidad que un loro fue hallado en la escena de crimen repitiendo lo que se cree fue el último ruego de la víctima.
El caso tenía un segundo imputado que había sido incriminado a partir de un peritaje que presuntamente identificaba como suya la marca de una mordida en el brazo de la víctima, pero para el tribunal del juicio esa prueba no fue categórica y resolvió absolverlo.
El fallo fue dado a conocer esta tarde por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 6 de San Isidro, integrado por los jueces Federico Tuya, Débora Ramírez y Sebastián Urquijo. Y el único condenado fue Jorge Raúl Álvarez (65), alias “Tío Jorge”, mientras que la absolución fue para Miguel Saturnino Rolón (53), alias “Mambo”.
Tal como había solicitado en su alegato la fiscal Bibiana Santella -la misma que instruyó la causa cuando era titular de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) de Violencia de Género de San Fernando- el TOC 6 consideró a Álvarez autor de un “abuso sexual agravado y homicidio agravado por el vínculo y por mediar violencia de género” (femicidio).
En caso de que el fallo quede firme, con su perpetua, Álvarez -preso desde enero de 2019-, recién podrá pedir la libertad condicional en 2054, luego de haber pasado 35 en prisión.
Rolón recuperó la libertad tras conocerse el veredicto, aunque voceros judiciales indicaron que luego de estudiar los fundamentos del fallo, la fiscal analizará si apelará su absolución ante el Tribunal de Casación. Rolón y Álvarez siguieron por vía remota y desde la unidad penal donde estaban alojados la lectura del veredicto de este juicio que se había iniciado el 13 de septiembre último.
Vulnerable
El de Toledo fue el último femicidio de 2018 y el caso develó la vulnerabilidad de la víctima, una mujer con retraso madurativo que, según declaró su propio entorno, convivía con tres hombres que la sometían a maltratos que nunca fueron denunciados.
“Eli” -tal como la llamaban- apareció asesinada a las 6 del 30 de diciembre de aquel año, tras una madrugada de tormenta, en una habitación de madera tipo altillo que alquilaba y está ubicada en el segundo nivel de la casa 27 de la calle Boedo, esquina Gorriti, del barrio Presidente Perón. El cuerpo estaba sin ropa, tirado boca arriba sobre uno de los colchones que había en el piso, en medio de un gran desorden y con visibles golpes en el rostro.
Uno de las curiosidades del caso fue la declaración de un policía que contó, tanto al inicio de la investigación como ahora en el juicio, que mientras custodiaba la escena del crimen a la espera de la llegada de peritos, escuchó gritos desde el interior y, al revisar encontró, un loro en una jaula que decía “¡ay, por favor, soltarme, ay no!”, frase que los investigadores creen que pudo haber sido la última súplica de la víctima antes de ser asesinada.
Al inicio de la investigación, Santella tuvo como sospechosos a los tres hombres que solían convivir con “Eli”. Uno de ellos rápidamente fue descartado porque tenía una coartada que fue verificada, pero los otros dos, que eran Álvarez y Rolón, quedaron bajo investigación.
La prueba clave
La autopsia determinó que Toledo había sido abusada, que le habían dado una paliza, que la causa de muerte fue un estrangulamiento manual y que todas las lesiones que presentaba -incluso las compatibles con el ataque sexual- fueron de carácter vital.
La prueba clave que incriminó al condenado Álvarez fue un cotejo de ADN que concluyó que su perfil genético coincidía con el del semen hallado en el cuerpo de la víctima. Este condenado había declarado en el juicio que era inocente, que cuando llegó a la vivienda, Toledo ya estaba golpeada y muerta, y justificó la presencia de su ADN con que había tenido relaciones sexuales consensuadas pero el día anterior al crimen.
Además, según fuentes judiciales, quedó comprometido por dichos de una testigo que lo vio entrar y salir de la escena del crimen a la hora del hecho. Pero en la autopsia, el forense además encontró como lesiones defensivas en el antebrazo derecho de la víctima, las marcas de una serie de mordidas que se creían pertenecían a alguien que había participado del ataque.
A partir de esas lesiones en el antebrazo, la fiscal le encomendó a la División Odontología Legal de la Superintendencia de Policía Científica de La Plata que coteje la impronta de la mordida que supuestamente había dejado el asesino con la mordedura de cada uno de los sospechosos.
Los peritos odontólogos hicieron con moldes una copia exacta de la dentadura de los investigados y al comparar la mordida de cada uno de ellos con las marcas halladas en la víctima, llegaron a la conclusión de que coincidían en tres puntos con “el canino, primer premolar y segundo premolar” de la arcada inferior izquierda del imputado Rolón.
Ese peritaje alcanzó para imputar, dejar detenido y llevar a juicio a Rolón, pero el TOC 6 de San Isidro no lo consideró una prueba indubitable -como una huella digital o un ADN-, que alcance para una condena.
“Mambo” Rolón fue la persona que dio aviso al 911 para reportar que había hallado a Toledo asesinada cuando esa madrugada regresó de trabajar como sereno en el Virreyes Rugby Club, ubicado a 100 metros de la casa.