Desde mediados del siglo XIX a través de las crónicas o de la literatura policial tomó importancia la labor del investigador privado. Hoy, a pesar de los avances tecnológicos y del perfeccionamiento de las investigaciones de la Justicia, siguen tan vigentes como antaño. En diálogo con EL NORTE, Sandro Galasso cuenta que ha tenido como clientes a hombres y mujeres que sospechan infidelidades, padres que lo contratan para ver qué hacen sus hijos, futbolistas que desconfían de sus managers, políticos y actores, búsquedas de paraderos y homicidios, entre otros.
De la redacción de EL NORTE
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Los detectives privados hicieron su aparición en las historias policiales con sombreros, lentes oscuros, impermeables con solapas levantadas y la infaltable lupa casi siempre envueltos en una pesada niebla que aportaba el condimento de misterio que faltaba. Pero desde mediados del siglo XIX, en que quedaron plasmados en novelas sobre casos complejos que la Justicia no podía resolver, han cambiado sus aspectos pero permanecen tan vigentes como siempre ejerciendo un atractivo magnetismo sobre los comunes mortales que todavía se asombran ante el enigmático trabajo del investigador.
Los detectives privados ganaron su lugar cuando no existía Internet ni dispositivos especiales ni bases de datos importantes, principalmente en Estados Unidos, Francia e Inglaterra, para suplir el trabajo de una policía sin presupuesto y corrupta para resolver casos criminales. A pesar de los avances tecnológicos y policiales, lograron mantenerse a lo largo del tiempo, ya sin lupas y con menos sobretodos pero más vigentes que nunca. Pero surge el interrogante de para qué contrata el ciudadano actual y cómo trabaja un investigador privado en estos tiempos. Las infidelidades de pareja, la obtención de pruebas, investigaciones laborales y paraderos son los principales temas abordados. En la actualidad las academias de detectives entrenan a sus alumnos en informática, grafología científica, documentología, artilugios de estafa y hasta psicología forense.
El Sherlock Holmes rosarino
Entrevistado por EL NORTE, el investigador privado Sandro Galasso manifestó que las principales consultas tienen que ver con la presunción de infidelidades. Un 60% de los casos recibidos tienen como tema central a la infidelidad y aproximadamente otro 15 %, a temas comerciales y laborales. El porcentaje restante suma búsquedas de paradero, sectas y casos criminales. Galasso es un estudioso de la conducta humana, se especializó en Criminología y es perfilador criminal. “Los temas que más me apasionan son los no resueltos o complicados. Los considero todo un desafío. Me gusta el cliente práctico, decidido y que contrata confiando en el investigador”, expresó Galasso, el hombre nacido en Cañada de Gómez que estudió en Buenos Aires y se afincó en Rosario hace más de 31 años. Por eso ha tenido como clientes a futbolistas que desconfían de sus managers, políticos y actores; viaja adonde le dicen que vaya y asegura que cada vez son más los padres que lo contratan para ver qué hacen sus hijos y, sobre todo, si están vinculados con las drogas. Su primer caso en Rosario fue el de búsqueda de paradero de una chica que había sido captada por una secta umbanda. “Tenía 19 años y por suerte –dice– la encontré viva y sana 25 días después de que me contrataron. Pero le habían lavado el cerebro”. Recuerda también otro caso de asesinato que la policía caratuló como muerte en tentativa de robo, pero que pudo demostrar que había sido por encargo; cuenta que la víctima tenía 25 años y que se enamoró de otro hombre de 38, que a su vez tenía otra pareja, ésta contrató a un sicario, un preso que salía a hacer trabajitos de acuerdo con la policía, pero que figuraba como detenido, así armaban una buena coartada, cuenta el investigador. “El pibe bajó del bondi, caminó una cuadra y lo apuñalaron, pero estaba muy cerca de la comisaría y se arrastró hasta ahí, donde murió. Lo trabajé mucho y al final demostré que había sido un asesinato por celos”.
El caso Moreira
“Pero el caso que más me conmocionó –refiere Galasso– fue el de un joven con delirio persecutorio al que encontré muerto como NN tras un año de búsqueda. Me contrató la mamá para que fuera a buscarlo a Buenos Aires donde había sido localizado, pero que después volvió a esfumarse. Lamentablemente lo encontré muerto, había sido enterrado sin nombre. El Estado jamás lo buscó. Cristian Moreira sentía que lo perseguían. Cuando le ocurría, le avisaba a la madre que se marchaba de la casa y desaparecía por un tiempo para escapar de sus fantasmas. Viajó a Buenos Aires. Desde allí la llamó el 3 de julio para pedirle que fuera a buscarlo. Fue la última vez que hablaron. El muchacho desapareció misteriosamente y la mamá volvió a saber de él recién dos meses después cuando debí informarle que lo habían encontrado muerto en un parque público, en Berazategui. Como otros, el caso de Moreira muestra las dificultades con las que se encuentran los familiares de personas que desaparecen y la soledad con la que realizan la búsqueda. A veces tienen “suerte” y los encuentran, aunque sea muertos. Otras veces ni siquiera eso”, cuenta el detective.
La madre de la joven víctima había manifestado en ese momento al diario La Capital de Rosario: “Las respuestas que no me dio la Justicia las tuve gracias a él”.
Los investigadores de hoy no llevan lupas y la mayoría de las veces tampoco sobretodos o impermeables, pero están más vigentes que nunca.