El 20 de diciembre de 2001 José Ignacio de Mendiguren se desempeñaba como presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA). Veinte años más tarde, el ahora presidente del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE) presentó «2001-2021 – La historia no contada de la gran crisis – Cómo acordar un camino para el desarrollo argentino», un valioso libro editado por Sudamericana.
De la redacción de EL NORTE
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Ante un auditorio que congregó a dirigentes oficialistas y opositores, sindicalistas, miembros de las universidades, representantes del clero y empresarios, José Ignacio de Mendiguren –presidente del Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE)– presentó el libro que cuenta la salida de la crisis de 2001 y cómo esa experiencia puede servir para acordar un camino al desarrollo. “Con los empresarios, con los trabajadores, con la política, con las universidades y con la iglesia pusimos en marcha aquella Argentina devastada. Eso es lo que hay que poner arriba de la mesa nuevamente para acordar un camino al desarrollo”, señaló Mendiguren durante la presentación.
Durante la presentación de “2001/2021: la historia no contada de la gran crisis. Cómo acordar un camino al desarrollo”, Mendiguren situó el foco en cómo poner en valor el potencial argentino: “Tenemos la materia prima, tenemos la capacidad para agregar valor, tenemos trabajadores calificados, tenemos las oportunidades, ¿qué nos falta? Un acuerdo político para el desarrollo. Eso es lo que nos mostró la salida de 2001, la definición de un gran acuerdo político que puso el rumbo para superar la crisis produciendo”. Y agregó: “Eso es lo que hoy estamos viendo en este auditorio: la unidad del campo nacional detrás de una agenda productiva que le permita al país salir de la primarización”.
Entrevistado por el periodista Maximiliano Montenegro, Mendiguren recorrió la experiencia de la recuperación durante 2002 y las claves para pensar el futuro: “Si tenemos los negocios, tenemos la capacidad de transformación, tenemos una dirigencia política joven de los dos lados de la grieta, tenemos la plata, ¿qué nos falta? Tenemos que repensar la Argentina y poner todo eso para salir con una alianza productiva, como hicimos hace veinte años. Necesitamos dejar de ser inquilinos de nuestra propia riqueza, las oportunidades están. Por ejemplo, discutamos qué queremos hace con Vaca Muerta, si solamente vamos a exportar gas o vamos a poner en marcha el polo petroquímico más importante del hemisferio sur. Vamos por la grandeza de objetivos”.
A lo largo de la presentación, Mendiguren recorrió el contenido del libro que narra cómo, en las postrimerías de la Convertibilidad, Argentina vivió “una crisis que era evidente y nadie quería ver”. Y cómo los actores del campo nacional fueron generando la concertación que permitió salir de la crisis e inaugurar el período de crecimiento más largo de la historia del país. El libro –que se encuentra en librerías desde el 1 de diciembre– fue publicado por Editorial Sudamericana.
Fragmentos
“Este libro cuenta la historia de una crisis que cumple 20 años. Pero en el fondo, cuenta la historia de una crisis que es mucho más que veinte aniversarios: la crisis de un país que lleva más de doscientos años buscando su lugar en el mundo, una forma de organización y de vida”, así comienza el reciente libro de José Ignacio de Mendiguren, actual presidente del BICE.
“No encontrarán aquí la narración prolija de un espectador, sino el vértigo de un protagonista. En diciembre de 2001, como presidente de la Unión Industrial Argentina, formaba parte y lideraba un grupo que se había puesto al hombro el desafío de frenar un embate que se estaba llevando puesto al país. Su nombre: dolarización. El entierro de la posibilidad de ser un país desarrollado”, agrega Mendiguren en el prefacio.
“De diciembre de 2001 nos quedan las imágenes más crudas que vivió el país desde el retorno de la democracia en 1983: el corralito y las protestas contra los bancos, los piquetes y las cacerolas, la noche del estado de sitio el 19 de diciembre, el helicóptero, las Asambleas Legislativas de madrugada, las palmeras incendiadas en Plaza de Mayo, las muertes trágicas y evitables, los presidentes interinos que se sucedían, la incertidumbre de aquel presente y la angustia sobre el futuro”, agregó.
Repasamos a continuación distintos fragmentos del libro, extraídos de distintos capítulos.
30 de noviembre
«Diciembre todavía no había empezado pero ya era políticamente diciembre. Ese viernes, 30 de noviembre de 2001, tenía agendada una entrevista con la periodista Susana Viau, de Página/12. Eran las cinco de la tarde, pero la temperatura, en lugar de bajar, parecía subir. Empezamos a hablar con Susana, con quien teníamos una confianza lograda a lo largo de muchas charlas, on y off the record, durante aquellos meses turbulentos. »Pronto, tuvimos que dejar de hablar. Mi teléfono no paraba de sonar y traía noticias que, como el país conocería horas después, no eran buenas.
»“¿En serio van a hacer eso? ¿Y cómo…? ¿Cuándo…? Espérenme que voy para allá”. Susana me escuchaba y pronto entendió que estaba pasando algo que nuestra entrevista no iba a poder abarcar, algo que dispararía un proceso que luego sería irreversible, donde se pondrían en juego cosas importantes y definitorias para el país. »Conocedora de los recovecos de la política y de la economía argentinas, Susana dejó que me excusara, con la promesa de volvernos a ver en cuanto hubiese más visibilidad. La que no teníamos en esa tarde-noche incierta.
»Salí de la sede de la UIA a las seis de la tarde. Empezaría una serie frenética de reuniones con funcionarios, empresarios, dirigentes sindicales y sociales en pos de seguir buscando una salida viable a una crisis que se venía acumulando desde hacía años. Nada impidió que al día siguiente, sábado 1° de diciembre, Cavallo anunciara el inicio de las restricciones bancarias que terminarían sellando la suerte de su gestión y la del presidente De la Rúa. La corrida contra los depósitos había sido imparable. Cuando el ministro habló a las nueve de la noche de ese sábado —que inauguró oficialmente el diciembre más dramático de la historia reciente del país— para anunciar que se limitaría “transitoriamente, por 90 días” la extracción de efectivo a 250 pesos/dólares por semana, tuvo que admitir que el miedo de los depositantes era “muchas veces justificado”.
»El corralito fue apenas el último manotazo de ahogado de un gobierno que había perdido el crédito público desde mucho antes: cuando su vicepresidente, Carlos “Chacho” Álvarez, renunció por sospechas de sobornos en el Senado que presidía; desde que su segundo ministro de Economía, Ricardo López Murphy, duró dos semanas y tuvo que irse porque su propia coalición rechazaba el plan de ajuste que proponía; desde que el presidente convocó a Cavallo, uno de sus rivales en la elección de 1999, para salvar un modelo económico en coma; desde que la sociedad había manifestado su bronca en la elección legislativa de octubre de 2001 (casi la mitad del padrón —diez millones de personas— votó en blanco, no concurrió a votar o anuló su voto), preludio de lo que vendría: “que se vayan todos y que no quede ni uno solo”. Era, además, un gobierno que no tenía red: el modelo económico que había sostenido y defendido no podía frenar una corrida que llegó a ver la salida de hasta US$ 1.000 millones diarios porque no tenía, como tiene cualquier país normal del mundo, un prestamista de última instancia».
“Evitable”
«Las imágenes del 19 y 20 de diciembre eran evitables. Como conjunto, la dirigencia puso a la sociedad en una olla a presión y que se destapara era cuestión de tiempo. El grito para “que se vayan todos” de esos días fue la manifestación callejera de la bronca en la elección legislativa de apenas unas semanas atrás. Como nos había ocurrido en el pasado y como nos volvería a pasar en el futuro, no supimos anticiparnos a la crisis a pesar de que la crisis era evidente para todos.
»Pero mientras el agujero negro del vacío político, de la bronca, del desconcierto, predominaba en una sociedad que se había politizado a pasos acelerados, la disputa de fondo sobre cómo sería la salida estaba lejos de ser resuelta. Nosotros (y yo específicamente a partir de ese momento), que habíamos puesto como nadie nuestras ideas arriba de la mesa, no sabíamos en ese momento qué papel tendríamos que jugar ni qué implicancias tendría, tanto para el futuro del país como para nuestras propias vidas (…)».