Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (Mc 6,7-13)
Por monseñor Hugo Norberto Santiago
Obispo de la Diócesis de San Nicolás
“Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni provisiones, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: ‘Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos’. Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y sanaron a numerosos enfermos. Ungiéndolos con óleo”. Palabra del Señor.
La pobreza mala
Jesús envía a los discípulos a proclamar la Buena Noticia del Reino de Dios y “les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan ni provisiones ni dinero…”. En otras palabras, les aconsejó que sean pobres. Sin embargo, esta palabra ha sido mal interpretada e ideologizada muchas veces, por eso vale la pena aclarar que hay una pobreza mala que Dios no quiere y hay que superar como personas y sociedad, como, por ejemplo, la pobreza socioeconómica y material, que es la “carencia” de los bienes que uno necesita para poder realizarse y la incapacidad para poder procurárselos.
Las consecuencias para la persona son la dependencia de los demás, la inseguridad y la precariedad que son los componentes de la marginación. En esta categoría entran todos aquellos que una sociedad construida de modo equivocado suele descartar: discapacitados, niños, ancianos, desocupados, inmigrantes no integrados. Como se trata de una injusticia y la injusticia genera violencia, este es el principal detonante de la inseguridad y la violencia en una sociedad.
Pobreza mala es también la pobreza afectiva, moral y espiritual, la de aquellos que por una razón u otra están en una condición de salud precaria o no pueden desarrollar su inteligencia y ejercitar su libertad e iniciativa. La pobreza de aquellos que se sienten solos, inútiles, abandonados o malamente soportados, por ejemplo, enfermos, ancianos, gente en situación de calle. Aquellos que fueron privados de su patrimonio espiritual y cultural, sometidos a regímenes totalitarios y privados del ejercicio de su libertad.
Finalmente, la pobreza mala incluye a los pobres en valores, es decir, aquellos ricos en bienes materiales a los cuales la posesión egoísta les ha destruido los valores fundamentales de la vida misma porque han perdido el gusto por el bien, el sentido de lo trascendente. Aquellos que aferrados al tener, al poder y al pasarla bien, son indiferentes al bien común. O más aún, son organizadores de la delincuencia, el enriquecimiento ilícito, la droga, la prostitución, la explotación de niños, el tráfico de órganos o de armas, etc.
La bienaventuranza de la pobreza
Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 3). “Pobre” viene del latín “pauper”, y representa a aquella persona que tiene los medios necesarios para una vida digna. Ni le faltan los medios para ello ni se queda en los medios –dinero, placer, poder–, sino que los utiliza buscando una vida digna para él y los demás. En este sentido, el pobre en bienes materiales “potencialmente” entra en la bienaventuranza porque esa carencia puede hacer que se aferre a Dios como su única riqueza; mientras que el rico en bienes materiales “potencialmente” puede perder la bienaventuranza de entrar en el Reino de los cielos porque el aferrarse a los bienes materiales y el pasarla bien le hacen perder a Dios y sus valores.
Sin embargo, puede haber un pobre en bienes materiales que quiera ganarse la lotería para ser rico, entonces él se queda en los medios y se pierde a Dios; y puede haber una persona con mucho dinero. Pero que le da un valor social a su capital y permite que muchos -sus empleados y otros- alcancen los medios necesarios para una vida digna. Entonces el pobre es el empresario, porque no se quedó en los medios, sino que les dio sentido de bien común a su capital. En síntesis, Dios no excluye a nadie e invita a todos a entrar en su Reino de paz y felicidad. El punto es qué sentido le damos a lo mucho o poco que tenemos y qué lugar le damos a Dios y a su proyecto en nuestros planes.
Buen domingo.