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Fray Luis Beltrán, el pionero de la metalurgia argentina

El Día del Trabajador Metalúrgico, que se celebra cada 7 de septiembre en nuestro país, surge como homenaje a Fray Luis Beltrán, nacido ese día en el año 1784. Fue pionero en entender que la riqueza mineral del país podía prestar servicios valiosísimos en la lucha por la independencia. Hoy la actividad metalúrgica se ha transformado en una de las principales del país. Y, sobre todo, constituye uno de los motores económicos centrales de nuestra ciudad y región.

Fray Luis Beltrán murió el 8 de diciembre de 1827.

De la Redacción de EL NORTE
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Nació el 7 de septiembre del año 1874, en el camino que va de San Juan a Mendoza, motivo por el cual durante un largo tiempo su cuna de nacimiento fue discutida. Aunque en un principio se alegó que Beltrán era sanjuanino, luego se probó que nació en la ciudad de Mendoza.

A su tercer día de nacimiento, sus padres –él francés, ella criolla– lo anotaron con el nombre de José Luis Marcelo. Pero un mal entendimiento de quien tomó sus datos convirtió su apellido paterno Bertrand en Beltrán y así quedó para su vida y para la historia.

A los 16 años ingresó en el Colegio San Francisco de Mendoza, y con los hábitos conseguidos fue enviado a Chile, donde continuó con sus estudios hasta consagrarse en sacerdote.

Tenía una predisposición especial para las matemáticas, la música y toda clase de oficios tales como relojero, carpintero, herrero, dibujante, pirotécnico, cordonero, físico, químico, bordador y médico. Todo lo que sabía lo había aprendido por la lectura y observaciones prácticas. Además, estudió química, matemática, física, mecánica, ciencias que aprendió a dominar con amplitud.

En sus talleres, Fray Luis Beltrán tenía a su cargo a más de setecientos hombres, quienes trabajaban continuamente para cumplir con lo que necesitaba San Martín.

En el año 1812, ya flamante sacerdote, entró como capellán del Ejército chileno de Miguel Carrera, y sus conocimientos pronto lo llevaron a hacerse cargo de las armas de los patriotas. O’Higgins lo puso al mando de la maestranza de su ejército.

Después de la derrota de Rancagua cruzó la cordillera a pie con un bolso en donde portaba sus inventos y herramientas. O’Higgins lo recomendó a San Martín, quien inmediatamente y con el grado de teniente lo puso al frente de la fabricación de armas.

En sus talleres tenía a su cargo a más de setecientos hombres, quienes trabajaban continuamente para cumplir con lo que necesitaba San Martín.

Diferentes historiadores lo han denominado “Vulcano con sotana”, “El Arquímedes de la patria”, “Artesano del cruce”.

Todo metal le servía a Fray Luis Beltrán para cumplir con sus encargos. Pronto no quedaron campanas ni ollas ni rejas en Mendoza.

Fue asombrosa su tarea, ya que realizó cañones, granadas, fusiles, municiones, sables, lanzas, vehículos de transporte, elementos de seguridad, estribos y herraduras, puentes colgantes, grúas, pontones para doblar quebradas intransitables.

De hecho, inventó “las zorras”, carros angostos de cuatro ruedas tirados por caballos con los cuales cruzó los cañones por los Andes.

Comenzó su propio cruce de la cordillera el 19 de enero de 1917 al mando de la maestranza y encargado de los pertrechos de guerra. Después la campaña lo llevó hacia el norte, al Perú. Acompañó a San Martín y luego a Bolívar. Luchó como un soldado más en la última batalla del Ejército americano, la definitiva Ayacucho.

El encargo

Sin embargo, un día todo cambió con la visita de Simón Bolívar al parque de armas. Éste vio que había muchos fusiles que descansaban inútiles. Por lo que enojado, le ordenó a Fray Luis Beltrán el embalaje de mil fusiles y armas de puño en un lapso de tres días.

El fraile y sus hombres trabajaron incansablemente, durmiendo pocas horas, para cumplir con el encargo. Pero al octavo día regresó Bolívar, y la tarea no estaba realizada. Bolívar lo retó sin reparos ni ahorro de palabras en público, incluso amenazó con fusilarlo; y Fray Luis Beltrán entró en una profunda depresión.

Una noche se aseguró de que todas las aberturas de su cuarto estuviesen bien cerradas, puso el brasero a su lado e intentó suicidarse. Afortunadamente lograron salvarlo a tiempo, pero la locura lo ganó. Deambulaba a la deriva por el pueblito de Huancacho, en el Perú, vendiendo estampitas y asustando a las mujeres. Los niños al verlo le gritaban “¡el loco, el loco!, ¡el fraile loco!”.

De vuelta

Luego fue rescatado por una familia amiga, y volvió al país en 1824 para ponerse a disposición del coronel Martín Rodríguez, quien se encontraba organizando en la línea del río Uruguay para combatir en la guerra con Brasil.

Su grado era el de teniente coronel, y se encargó del parque de artillería y le proveyó armas y municiones a los barcos del almirante Guillermo Brown. Participó en el triunfo de Ituzaingó.

No obstante, su salud no daba para más. Por lo que decidió regresar a Buenos Aires y retomar los hábitos. Pasó sus últimos días en penitencia y reconciliación con su Dios.

Después de más de diez años de servicios en las filas patriotas, falleció el 8 de diciembre del año 1827, injustamente pobre y olvidado. Sus restos depositados en la Recoleta no han sido hallados.

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